La vez anterior habíamos terminado hablando de la oposición nietzscheana entre el carácter apolíneo y el dionisíaco y creo que es un buen tema para comenzar a hablar de Nietzsche como Maestro de la Sospecha ya que señala una falencia importante en la idea que Descartes, y quienes vinieron después de él, tenían acerca del sujeto.
Recordemos que Descartes había llegado a su famoso cogito después de pasar por un proceso de eliminación de todo aquello de lo cual se pudiera dudar y que dejara como resto algo que la razón jamás podría poner en duda y, a partir de allí, avanzaría por la rigurosa vía de la razón hasta describir el mundo material y hasta la imposibilidad de dudar de Dios. Así, en una actitud que se podría comparar a la de Platón al describir como llega, gracias a la razón al mundo de las Ideas, Descartes cuenta que todo esto lo pensó un día sentado frente a una estufa, actitud muy apolínea.
Para Nietzsche esto es absolutamente absurdo debido a que su filosofía apunta a establecer que la razón no lo es todo y, mucho más aún, ni siquiera es lo más importante. El carácter dionisíaco destaca todo aquello que se opone al racionalismo y en el cual el Yo se pierde, la conciencia deja de dictar las órdenes y el sujeto se sumerge en una especie de anarquía de la experiencia que implica el riesgo de nunca poder retomar el control conciente. Las fiestas dionisíacas son un buen ejemplo de esto. En pocas palabras, esto apunta de destruir completamente la idea de que el ser humano es una criatura que puede ser siempre pensante y racional dentro de los límites de lo comprensible; muy por el contrario, empieza a manifestarse todo aquello que en el mundo humano hay de profundamente irracional, incontrolable e incomprensible, que sin ningún lugar a dudas comprende una gran parte de la naturaleza humana.
¿Qué lugar ocupa todo esto en la filosofía de Descartes? Claramente todo esto es un molesto obstáculo para la vida cartesiana ya que la desvía del camino de la apacible contemplación racional, son todas estas cosas las que el filósofo francés califícaría como lo opuesto a lo “claro y distinto” que él tanto buscaba.
Por otro lado, el cristianismo condena inmediatamente todo lo referido a aquello relacionado con los excesos, la búsqueda de los placeres y la gran intensidad de la vida así como también lo que tiene que ver con la voluntad de poder y el uso de ese poder tildándolo de pecado y promete los más espantosos castigos en los fuegos eternos del Infierno para quienes elijan tomar este camino. El catolicismo exalta los valores que Nietzsche tanto detesta, tales como la compasión, la piedad y la solidaridad, entre otros.
Nietzsche, tajante, duro y sin sutilezas, postula que siendo que la sociedad occidental plantea las cosas de esta manera, solamente se puede buscar la inversión absoluta de todos los valores morales para poder abandonar la “moral del rebaño”, como él la llamaba, y avanzar para dejar atrás el abismo mientras nos acercamos al Superhormbre.
No es solo que Nietzsche aborrece las ideas cristianas y apolíneo-cartesianas, sino que el cogito cartesiano estipula un modelo solipsista (aquel en el cual solo se puede demostrar la existencia de uno mismo, pero nada más) según el cual cada sujeto es independiente del resto, se conceptualiza individualmente y solo precisa de su pensamiento para poder conocer todo lo que existe; oponiéndose a todo esto, nuestro Maestro de la Sospecha habla de la voluntad de poder como una de las características más importantes del sujeto, poder que no puede ser pensado más que en la relación con otros a los cuales se busca someter. La concepción nietzscheana está dirigida al sujeto como parte de un todo al que se llama sociedad, donde no se puede existir en soledad sino que se es parte fundamental de un grupo en el cual existe todo tipo de inclinaciones por las cuales unos y otros luchan constantemente y solo los fuertes deberían tener el derecho a subsistir.
En cierto punto esto puede ser comparado con la idea de Hobbes acerca de la lucha de todos contra todos, el “Homo homini lupus” (el hombre como lobo del hombre), solo que Nietzsche no plantea la sumisión de todos los sujetos a un Estado, un Leviatán que garantice la seguridad a cambio de perder cierta libertad, sino que él plantea que la lucha se realice libremente y que cada uno se valga de su fuerza.
Es escenario es el mundo y la lucha se libra día a día.
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