En el capítulo 7 de “La república”, Platón cuenta por boca de Sócrates lo que se conoce como la alegoría de la caverna, tal vez sea la referencia filosófica más famosa de toda la historia y, sin dudas, una de las más interesantes por la forma en que ejemplifica claramente lo que Platón entiende por los dos mundos en los cuales se puede existir, el mundo físico y sensible a diferencia del mundo de la razón y las ideas. La alegoría también muestra cómo se puede pasar de uno de ellos al otro a través del aprendizaje y la educación filosófica, con todas las dificultades que se le presentan a quien inicia ese camino y los riesgos que implica el tratar de ayudar a los demás a recorrerlo.
Pero veamos de qué se trata.
Conversando acerca de cómo habría que hacer para construir la república perfecta en la que todo funcionara bien, como todos decimos que queremos que funcionen las cosas desde la política, Sócrates se encuentra metido en un debate con algunos que plantean ideas contrarias a su pensamiento, motivo por el cual recurre a lo que nosotros podemos llamar su sistema filosófico, el cual consiste en desbaratar la lógica de las ideas del otro mediante preguntas que le muestran que su idea es incorrecta, así una y otra vez hasta llevarlo a un punto en el cual quien conversa con él descubre que todo lo que decía en un principio había quedado totalmente invalidado y se produce la necesidad de buscar otra forma de explicar las cosas. Esa estrategia es lo que llamamos la refutación, la cual era el primer paso para deshacer las ideas que la gente tenía y que no estaban bien fundadas, motivo por el cual Sócrates, con un ingenio asombrosamente genial, podía encontrar grietas en sus argumentos y demostrar que por ese camino no había posibilidad ninguna de obtener respuestas claras ni útiles, no había posibilidad de lograr el verdadero conocimiento que es producto de la razón.
Llegados a este punto, Sócrates les pide a quienes lo escuchaban que imaginen una situación inventada, que piensen en la posibilidad de que hubiera una caverna con ciertas particularidades y que lo ayuden a pensar qué pasaría ante determinadas situaciones. El que conoce la forma de proceder de Sócrates sabe perfectamente que esta invitación a ayudarlo a pensar es más que nada una trampita para involucrar al otro en sus ideas, ya que él no tiene dudas de lo que va a resultar de ese ejercicio lógico, no necesita ayuda para desarrollar esas ideas, de la misma manera que cuando pregunta no es porque no sepa qué le van a responder, sino para deshacer los argumentos del otro de una forma mucho más efectiva que con la discusión directa.
Primero que nada, Sócrates describe la caverna a la que se refiere, es una caverna que termina en su fondo con una pared que podemos pensar que es recta y ante la cual hay varios hombres que están encadenados de tal manera que no pueden escapar, no pueden moverse mucho, pero fundamentalmente no pueden mirar hacia otro lado que no sea esa pared donde termina la caverna. Detrás de los prisioneros hay otra pared, pero esta es de solo uno o dos metros de alto, detrás de la cual hay gente que no está encadenada, sino que recorre el lugar transportando objetos sobre sus cabezas mientras conversa de diversas cosas. Más atrás todavía, casi llegando a la entrada de la caverna, hay un fuego que envía luz al interior de la misma, luz que hace que los objetos transportados por la gente libre proyecte una sombra que pasa por encima de la pared de uno o dos metros y se plasme como sombras en la pared en la cual termina la caverna, único lugar donde los prisioneros pueden mirar.
Lo primero que hace notar Sócrates es que esos prisioneros no pueden ver nada más que esas sombras proyectadas sobre la pared, no pueden girar la cabeza y nunca pudieron hacerlo desde que nacieron, por lo tanto esas sombras son lo único que vieron durante toda su vida sin haber conocido jamás nada distinto ni haber visto ninguna otra cosa. De esto se desprende que, como solo vieron eso siempre y nunca conocieron nada distinto, no puedan hacer otra cosa que tomar esas sombras como si fueran los objetos reales, como que esas imágenes fueran la única realidad existente a la cual el ser humano puede acceder sin que hubiera nada más qué descubrir. Incluso las voces de las personas libres rebotarían en la pared del final de la caverna como un eco y los prisioneros no podrían tomarlas de otra forma que no sea una voz proveniente de las sombras, de manera que no solamente creerían que son las cosas reales, sino que también creerían que están dotadas de voz, al igual que ellos.
Es por eso que cuando uno de los interlocutores le dice que es una caverna muy particular y esos prisioneros son muy curiosos, Sócrates le indica que son muy similares a nosotros.
Esto ejemplifica el estado de ignorancia que Platón a través de Sócrates diagnostica en el ser humano, ya que antes de iniciar el camino de la educación en la filosofía estamos engañados en la ignorancia de creer que todo lo que vemos y oímos es la realidad y que todo aquello que se nos presenta ante los sentidos son las cosas reales del mundo y la existencia.
Pensémoslo un segundito, ¿acaso no estamos totalmente convencidos que todo lo que se nos presenta ante los sentidos es la realidad, que conocemos a través de la vista, el tacto, etcétera y que eso es garantía de verdad, que lo que percibimos existe sin posibilidad de dudas al respecto? Obviamente ninguno de ustedes ni yo estamos encadenados a ninguna pared, pero ¿cómo podríamos saber si no estamos atrapados en algún sistema de pensamiento que nos hace creer una idea determinada sin que tengamos la posibilidad de pensar de otra manera porque nunca nos “abrieron los ojos”? Por ejemplo, ¿cómo sabemos que no estamos realmente dentro de la Matrix? No importa que Matrix sea una película, hagamos el ejercicio de pensar cómo podríamos justificarlo racional y convincentemente, ya que ese es el verdadero ejercicio filosófico que nos propone Platón.
Este estado es el de la imaginación, lo cual indica algo muy similar al registro de lo imaginario en la teoría psicoanalítica lacaniana (salvando las enormes distancias entre lo que plantea Lacan con sus desarrollos imaginarios tales como el estadio del espejo y el esquema óptico y el estado de ignorancia que postula Platón) ya que tanto el estado de imaginación como el registro imaginario tienen que ver con el hecho de quedar fascinado capturado y atrapado por las imágenes. Este estado de imaginación, eikasía en griego, es el punto más bajo que ubica Platón en su escala del conocimiento y se encuentra en el ámbito de la opinión, la doxa.
Así como los prisioneros confunden simples imágenes con la realidad, Platón plantea que nosotros los humanos también solemos confundir lo que vemos y oímos con lo real. Es por eso que Sócrates decía que él solo sabía que no sabía nada, porque no estaba engañado, como los otros, al confundir las imágenes con el conocimiento y de esa manera estaba advertido de su ignorancia, sabía que era ignorante, en lugar de creer que sabía mucho de todo, como verificaba en los demás, los cuales ignoraban incluso que eran ignorantes.
Incluso se plantea un juego entre los prisioneros para ver quien distinguía mejor las figuras y los sonidos que se escuchaban, teniendo como premio el prestigio entre los demás prisioneros y la estima de los otros por sus grandes capacidades visuales o auditivas. Para ellos, este juego era muy interesante y los premios que obtenían generaban cierta clasificación entre ellos según sus habilidades y capacidades, las cuales definían el status que existía entre ellos. Es importante destacar que no se trataba de un simple juego para pasar el tiempo porque de otra manera se aburrirían como locos, sino que ese juego servía para establecer diferencias entre ellos y planteaba una jerarquía de la cual ninguno era ajeno y en la que todos querían ocupar el lugar más importante
Este juego de los prisioneros de la caverna es fácilmente comparable con los modos de establecer jerarquías entre los humanos, tales como el nivel de estudios, el trabajo que hacemos, la fama y, entre muchísimos otros, el principal de todos en la cultura occidental actual, el dinero, el único Dios verdadero (según Joaquín Sabina, y cuánta verdad se esconde en ese… ¿chiste?)
En la próxima continuamos con lo que pasa cuando un prisionero es liberado.
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