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Uno de los pilares del ejercicio del psicoanálisis es la supervisión de nuestro trabajo clínico, además del estudio permanente y del propio análisis. En las supervisiones presentamos a nuestros pacientes/analizantes con viñetas o como casos.
Juan David Nasio escribe acerca de los casos:
“Un caso es un relato de una experiencia singular, escrita por un terapeuta para dar testimonio de su encuentro con un paciente. Es el paso de una demostración inteligible, a una presentación sensible, como la inmersión de una idea en el flujo móvil de un fragmento de vida y concebirlo, como la pintura viva de un pensamiento abstracto” (Los más famosos casos de psicosis. Juan David Nasio).
En la supervisión se hace concreta la frase de Lacan en sus Escritos: es “indispensable que el analista sea al menos dos: el analista para producir efectos y el analista que teorice esos efectos”
La supervisión es uno de los lugares donde el analista se vuelve, teoriza, construye en relación a los efectos de sus intervenciones.
En líneas generales sin tomar en cuenta un caso singular intentaré esbozar algunas reflexiones acerca de nuestra clínica que aparecen en las supervisiones.
Entendemos al análisis como un espacio donde la centralidad es la palabra, intentando armar un enigma en el paciente, haciendo preguntas, para que pueda emerger algo de lo diferente.
La atención flotante es una regla para el analista y la asociación libre es una regla para el analizante, ambas están íntimamente anudadas en un punto: el descubrimiento del sujeto del inconsciente.
Cuando el paciente puede hacer con el síntoma algo distinto a lo que venía haciendo, algo más relacionado con el propio deseo, entonces algo de ese goce se anuda al deseo y ya no se siente tan torturante. Ahí se produce la captura de algo real por lo simbólico, algo real logra ser simbolizado, en términos de Freud pasa de ser energía libre a ser energía ligada; pero siempre quedará un resto real que no se deje simbolizar, que no se deje atrapar por lo simbólico.
El deseo del analista ofrece un espacio de escucha a esa palabra, para alojar al paciente en su singularidad.
El psicoanálisis constituye un espacio privilegiado para el estudio de esa palabra; ella es protagonista en la cura. Trabajamos con la palabra, la palabra del paciente y la palabra nuestra. Se habla y se escucha.
Un análisis se produce donde se sostienen las reglas y principios que lo definen como tal y fundamentalmente donde más que una persona del analista, se encuentra una función y esa función está marcada indefectiblemente por la escucha.
En el trabajo analítico, es importante sostener el deseo, teniendo en cuenta la estructura del mismo y poniendo un límite al avance del goce del Otro. Como escribió Jacques Lacan: “En la posición neurótica hay un pedido del sujeto para sostener su deseo en presencia del deseo del Otro, para constituirse como deseante”
Así pasa de ser paciente a ser analizante, un pase de sentido, de uno coagulado a otro.
En situaciones de compulsión a la repetición, de goce, acompañamos al sujeto en los cortes, para evitar la alienación con el goce del Otro y lograr la separación, alcanzando un plus de goce, un goce anudado a un deseo.
A través de las diferentes supervisiones advertimos que es esperable fomentar la legalidad, la instauración de una ley, que permita la aparición de la palabra y no de actuaciones. Algunas veces el analista se muestra castrado y semblanteando lo que el paciente no puede poner en su discurso. Esto trae un movimiento de parte del paciente, mientras el analista dirige la cura.
Algunos aspectos de lo descripto anteriormente se dan en la transferencia. Sosteniendo el deseo del paciente, cuidando el tono para no ser superyoicos, mostrándonos castrado y sin entrar en lo especular con el paciente.
Como escribe Freud: “el psicoanálisis es, en esencia una cura a través del amor”.
Lo real es lo que no deja de no inscribirse, porque una parte de lo real no puede ser simbolizada, inscripta. Lo que se inscribe es algo de lo simbólico.
Ahí, la aparición de la escena imaginada sólo es posible gracias al inconsciente del analista, que utiliza su inconsciente como una placa sensible expuesta a las proyecciones del analizante.
Advertido de esto, y de las especies del objeto en juego, (objeto oral, anal, voz o mirada), el analista hace soporte del mismo para operar como causa de deseo, provocando un vaciamiento de goce a través de sus intervenciones en lo discursivo. La posición del analista está hecha de objeto @. En este punto, será fundamental el recorrido del análisis propio para no responder en una cura desde nuestros propios fantasmas, aquellos de los que tenemos que estar advertidos.
Estas reflexiones son una pequeña síntesis de los aprendizajes en nuestras supervisiones que aportan a que el sujeto pueda vivir con menos angustia su presente y corte su cadena de repeticiones. Es decir, se produzca un sujeto advertido de sus goces, de sus marcas significantes y de un saber hacer/saber vivir con esto.
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