martes, 20 de abril de 2021

Cómo hablar del Super Yo.


Quería agradecer a la Lic. Natalia Demonte por acceder a  participar con publicaciones en este blog, la primera de las cuales acá les comparto. Este texto fue publicado originalmente en http://www.pensarelpsicoanalisis.com.ar 

Los invito a pasar a la página para descubrirla y poder leer otros artículos escritos por mí y por colegas.. Habrá más.


El súper tan súper, el que todo lo puede, ese dedo que señala, la mirada fija… omnipresente. Tan propio y tan ajeno, acusador, atractivo y por demás persistente.

Lacan, en el seminario 20, toma como ejemplo al masoquismo del cristianismo para introducir al cuerpo como sustancia gozante, goce en el sufrimiento donde el ser hablando goza, y al Super Yo con relación al goce, como el que manda a gozar. Este “mal decir” que el sujeto porta no está articulado en significantes, sino que deja al sujeto del lado del objeto que completa al otro, un goce parasitario de ser el objeto del goce del otro… ¨No sos más que eso¨. Es lo no simbolizado pero simbolizable que se escucha en análisis.

¿Cómo interviene la palabra en análisis?  La palabra como siderante, es decir que la palabra puede aliviar, quitar peso.

Alivia la palabra, le gana a la cosa, algo de ese objeto se pierde y ese imponente completo donde uno como objeto le tapona la falta des-consiste, se puede cuestionar. Se produce una re acomodación del goce. ¿Cómo se puede vehiculizar esto?

En un primer tiempo del Super Yo el objeto es la mirada, una mirada fija donde no hay respuesta del sujeto y se produce como un eclipsamiento por fuera de la palabra.

Tomando el libro de Alain Didier Weil, podemos ejemplificar esto mediante la siguiente escena: en una estación había una mujer embarazada y Roberts la ve descender con sus valijas muy seductora, se acerca para ofrecerle ayuda y tiene un lapsus, le dice: “Permítame ayudarle ya que usted parece de tal manera abrazada”, en lugar de embarazada.  Él siente la mirada de desprecio de la mujer y se sonroja eclipsado de vergüenza.

Podemos inferir que la mirada de desprecio de la embarazada viene de una mirada anterior Súper yoica.

En el segundo tiempo del Súper Yo se abre paso el objeto voz, la censura, un; “¡Shhh!” En esa frase muda, que el sujeto no puede escuchar, ya hay un componente significante. Se escucha en análisis y ya se puede interrogar qué es lo que lo manda siempre al mismo lugar.

Roberts se pregunta en el diván: “Creo que si no hubiese estado tan seductora no hubiese dicho una cosa por otra y no hubiese enrojecido de vergüenza. ¿Por qué tanta vergüenza?”

Roberts fue perseguido de chico como el pelotudito por sus camaradas de clase y el hecho de que se tratara de una injuria y no un insulto (de hecho, era el mejor alumno de su clase) no dejaba de significarle el siguiente mensaje; “Que seas el primero de tu clase no puede cambiar nada el hecho que tanto que pelotudo NO eres lo que has llegado a ser”. Es inútil insistir.

¿Por qué un lapsus y no un chiste?

En el chiste, la posición del sujeto con la palabra es distinta, en el chiste hablamos del deseo inconsciente, esa verdad en el chiste está asumida, en el lapsus sólo se advierte de esa verdad cuando se escucha, queda entonces Roberts ruborizado con vergüenza.

La mirada del neurótico queda circunscripta en un marco fantasmático, a diferencia de la psicosis donde está absolutamente por fuera de un fantasma, en la psicosis no hay un recorte de un cuerpo, todas las zonas valen lo mismo y es esa mirada petrificante en el psicótico, como la de Medusa, que lo toma todo sin poder salirse.

En el neurótico, el mundo está perdido desde que se constituye la escena, esta escena marcada por significantes; vendría a ser el recorte, y el inconsciente vendría a ser la otra escena. La escena que se monta sobre la escena. ¿Podemos decir entonces que la ficción que el neurótico se arma, esta trama fantasmática donde otro lo manda a gozar y queda tomado de objeto, en el análisis se monta otra ficción para correrlo de eso?

Esta demanda del Super Yo, que es del orden de lo real, puede ser trabajada en análisis porque lo simbólico lo bordea, es lo simbólico lo que agujerea lo real, la palabra muerde al goce, se abrocha un significante y con el atravesamiento del fantasma se produce una caída del objeto como fijación. Vía el deseo, se puede vehiculizar el goce parasitario a lo que podemos llamar plus de goce o los goces de la vida. Por supuesto que eso se hace a través de la transferencia en análisis, pero dejamos este tema para otra ocasión.

El Súper Yo existe y a veces se vacila entre la posición de objeto del goce del Otro o encausarse al deseo.  En este tercer tiempo del Super Yo se pone en juego el: “¿Vas a perseverar?  ¡No insistas!” Pero el sujeto insiste, ya hay un saber qué hacer con eso y aunque al final del análisis quede siempre una cicatriz, esta marca el orden de lo real, del masoquismo del fantasma fundamental y que necesariamente portamos. Ya estamos advertidos y ya nada es lo mismo.

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