Creo que no es nada desatinado hablar nada más ni nada menos que de René Descartes, ya que él es una de las figuras más importantes de toda la historia del pensamiento humano; y no solo que no exagero al decir esto, sino que realmente creo que es muy probable que no seamos capaces de comprender la verdadera magnitud de la revolución que inició este muchacho estando simplemente sentado frente a una estufa pensando.
Y es que con solo darle una miradita a la historia de la filosofía salta a la vista un detalle curioso que consiste en que desde Aristóteles hasta Descartes hubo muchos pensadores que dijeron alguna que otra cosita interesante, pero no apareció ninguno de esos genios que marcan la historia en un antes y un después y se hacen inmortales a la vez que imprescindibles para entender el mundo y al hombre. Ah, sí, el dato, entre la muerte de Aristóteles y el nacimiento de Descartes pasaron más de 19 siglos… de un árido desierto vacío de genialidad.
En algún momento nos sumergiremos en la pregunta de por qué pasaron más de 19 siglos de sequía, tema que nos llevará inevitablemente a hablar de la Iglesia , Dios, la propia creación del Sujeto (según Foucault) y otros temas tan profundos y deslumbrantes, pero en esta ocasión veremos cómo hizo Descartes para terminar con esa pasividad y hacer que el Sujeto emerja de su dulce sueño y empiece a crear el mundo tal como lo conocemos hoy.
Sí, el mundo sería hoy muy distinto si Descartes no hubiera dicho nada.
Pero pasemos de una vez a lo que nos interesa.
En la época en la cual René empezó a tomar cartas en el asunto, el conocimiento se trabajaba de tres maneras distintas.
Una de estas formas existía desde los tiempos de Aristóteles y se lo llamaba silogismo, el cual consistía en partir de premisas para acceder a una conclusión. La más famosa dice así: Premisa 1: Todos los hombres son mortales. Premisa 2: Sócrates es un hombre. Conclusión: Sócrates es mortal.
Otra de las formas se conocía como “verdad por autoridad” y significaba que algunas cosas eran Verdades Ciertas e Indiscutibles (las mayúsculas solo sirven para resaltar la ironía) porque habían sido dichas por una “autoridad” en el tema. Así, por ejemplo, tal cosa era cierta porque estaba en la Biblia , o lo había dicho Aristóteles (tanto así que se lo conocía como “el” filósofo), o el Papa, etcétera.
Y la tercera explicaba las cosas de modo muy curioso ya que consistía, por ejemplo, en responder a la pregunta de por qué ciertos vapores duermen a las personas diciendo que es porque “contienen la virtud dormitiva” y cosas por el estilo. No es de sorprender que Moliere, genio cómico francés, tomara esto y lo criticara con enorme sarcasmo.
Descartes comprendió esto y decidió ponerle fin a tanto absurdo porque en definitiva el silogismo era muy lindo, pero jamás se podría generar conocimiento nuevo a partir de él, solo era una forma de decir dos veces la misma cosa, la “verdad por autoridad” era tan ridícula que hasta había oportunidades en que dos “autoridades” se contradecían y se sostenía que ambos tenían razón, y la tercera… no hacía falta derrumbarla, se cae por su propio peso.
Los silogismos, la “verdad por autoridad” y la discursividad ociosa llamada “verbalismo”, no llevaban a nada, por lo cual había que darle fundamentos sólidos a la ciencia, había que fundarla y la única forma de hacerlo era, para Descartes, a través de la racionalidad más absoluta aplicando la duda metódica a absolutamente todo (o casi todo).
Por este acto de fundar la ciencia, René Descartes es considerado el padre de la ciencia moderna tal como la conocemos desde sus días hasta los nuestros y muchos más.
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