martes, 27 de abril de 2021

El objeto a como causa del deseo.


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En el seminario 10, dedicado a la angustia, Lacan formaliza su noción de objeto a, y además modifica definitivamente su idea de en qué consiste el registro de lo real, ya no se tratará nunca más de la realidad, como en los primeros años de su enseñanza, sino que con este nombre se referirá a todo aquello que no puede ser simbolizado ni puesto en imágenes, por describirlo de una manera muy rápida y simple.

Lo real.

El registro de lo real es claramente el más complicado de comprender en la obra de Lacan, por un lado tiene la dificultad de que fue cambiando de sentido a lo largo de los años, por otro lado también presenta la dificultad de que desde el inicio produce una confusión al hacernos pensar que se refiere a la realidad, y durante un tiempo tuvo mucho que ver con la realidad, pero aun superando estos obstáculos se nos presenta otro, más duro todavía que los anteriores, y que consiste en que el registro de lo real se refiere a aquello que no puede ser abordado por lo simbólico, es decir que no se puede poner en palabras ni explicar de una forma directa y clara con argumentos, mientras que tampoco se lo puede abordar por lo imaginario, es decir que se resiste a las imágenes y a ser incluido en una escena.

Al inicio de su obra Lacan asimilaba mucho el registro de lo real a lo que ocurría en la realidad, tal como cualquiera de nosotros piensa cuando escucha que algo es real, lo relacionamos con objetos concretos de la realidad, como por ejemplo un tenedor o una zapatilla; generalmente pensamos lo real como las cosas realmente ocurridas que podemos contar en una anécdota, etcétera. Pero aun así también desde el inicio había elementos que hacían pensar que lo real no se agotaba solamente con esto.

En el seminario 2, Lacan analiza el sueño que relata Freud en “La interpretación de los sueños”, el sueño de la inyección de Irma, y cuando llega al punto en que Freud relata que revisa la garganta de su paciente destaca esa garganta como un punto crucial del sueño, algo muy distinto a todos los elementos del sueño que podían someterse a interpretación, por ser parte del registro de lo simbólico; esa garganta es como una muestra de algo infinito, algo eterno, sin fin, que puede hacer perder la cabeza a cualquier persona y producirle una gran angustia. Lacan dice que cualquiera se hubiera despertado en ese momento, pero que Freud siguió soñando porque tenía agallas. Claramente esa garganta del sueño es un elemento de lo real, no tanto como Lacan lo pensaba en esa época, sino como lo pensó después, una vez dictado el seminario 10.

En todo esto también hubo cambios respecto de lo que la letra a designaba, ya que al inicio la letra a estaba incluida en lo imaginario, especialmente en la relación especular entre a – a´ que establecía el llamado “muro del lenguaje” del esquema Lambda, el cual se oponía al eje simbólico, formado por $ – A


En el seminario 7 hay dos clases dedicadas a Das Ding, que se puede traducir como “la cosa”, se trata de algo que no tiene imagen especular, es decir que no es imaginario, y también hace referencia a algo innombrable, porque no puede ser incluido en el registro simbólico, es algo que sigue construyéndose en relación a ir acercándose a la forma definitiva que tendrá el registro de lo real y, puntualmente, el objeto a.

En el seminario 8 Lacan analiza el banquete de Platón, al final del cual aparece Alcibíades, borracho y enamorado de Sócrates, para decir que el filósofo puede ser viejo y feo, pero tiene algo maravilloso que no se puede poner en palabras y que no se ve con los ojos, que hace que el gran general no pueda parar de suspirar por él; a eso invisible e innombrable se le da el nombre de “agalma” y sigue en la misma línea que venimos trabajando. Este agalma representa lo que quien ama no tiene y que busca en el ser amado, es una falta con la cual se puede amar a alguien, de ahí que Lacan dice que amar es dar lo que no se tiene.

Así llegamos al seminario 10 y, en la página 114 del mismo, Lacan dice algo que es central y fundamental para comprender a qué se refiere con la relación entre el objeto a y el deseo.

 

“…este objeto debe concebirse como la causa del deseo (…) el objeto está detrás del deseo”.

 

Por supuesto que así dicho no explica nada, sino que genera más dudas que antes respecto de lo que podría estar atrás o adelante del deseo, en una imagen extraña que nos desconcierta porque no podemos ubicar al deseo en ningún espacio donde plantear cosas anteriores ni posteriores.

Vamos a meternos un poco con esto para tratar de explicarlo.

Seguramente todos escuchamos en algún momento esa metáfora del burro que tiene un palo por encima de su cabeza, palo que está atado a las tiras con las cuales se le une un carro, y que en la punta del palo hay una zanahoria, de manera que el burro ve la zanahoria y avanza para alcanzarla, pero al hacer esto también adelanta el palo que le está sujeto y así la zanahoria también avanza, por lo cual el burro puede seguir avanzando cuanto quiera y a la velocidad que quiera, pero la zanahoria siempre va a estar delante de él y nunca podrá alcanzarla. El único que se beneficia con esto es el cochero que consigue así que el burro avance y lleve el carro a donde se quiera. Lo menos que podemos esperar, y exigirle al cochero, es que una vez que llegue a donde quiere ir premie al burro dándole la zanahoria que persiguió durante un largo camino.

En esta metáfora, podemos decir que el objeto del deseo del burro está delante de él. Y eso sirve para ejemplificar muchas de las actitudes humanas que vemos todos los días, ya que podemos decir que el teléfono celular nuevo es una zanahoria que perseguimos, trabajando y ahorrando dinero durante cierto tiempo hasta alcanzarlo, o también que el peso corporal que queremos alcanzar es algo que nos obliga a hacer dieta y ejercicio físico para adelgazar, y muchos ejemplos más también. Todo esto puede incluirse en un objeto del deseo que está delante nuestro y nos hace avanzar para obtenerlo, en lo posible, con más suerte que la del burro.

Pero la cita de Lacan nos muestra que él está hablando de otra cosa, el objeto a como causa del deseo no puede estar delante del sujeto, sino detrás. Y esto apunta a que no se trata de ninguna intencionalidad del deseo, nada relacionado a algo a lo cual el deseo se arroja, no es algo que el sujeto vaya a alcanzar de ninguna manera, sino a otra perspectiva completamente distinta respecto del deseo.

Ya que estamos con las cuestiones de atrás y adelante, sigamos con ese planteo un tanto imaginario. Imaginemos alguien a quien no le falta nada, alguien que lo tiene absolutamente todo y no puede existir nada que no tenga; claramente a esa persona no le puede aparecer ningún deseo porque cualquier cosa en la que pudiera pensar ya la tendría en su poder. Pero tampoco puede ocurrir que tenga algo y no lo esté usando, de manera que pudiera sentir el deseo de comenzar a usarlo, porque en ese caso tendría el objeto, pero le estaría faltando el disfrute de ese objeto, y de lo que se trata es de imaginarnos alguien a quien no le falta ningún objeto ni ningún placer.

Esta persona no tendría ni noción de lo que significa el deseo, porque sería imposible que algo como eso apareciera en su vida, ya que es imposible desear algo que ya se tiene y que se disfruta constantemente. Esa persona puede decir que le encanta tal cosa y que la disfruta mucho, pero jamás podría desearla, porque no habría nada lejano y añorado para él, sino que todo sería constantemente utilizado.

Creo que no es una comparación absurda pensar que esto es lo que muchas veces nos lleva a no prestarle mucha atención a lo que tenemos, por lo menos a ciertas cosas, porque al estar ahí, especialmente cuando están muy cerca o desde hace mucho, se pierde a veces un poco la noción de lo importantes que son y se las empieza a tomar como algo natural, como algo que siempre va a estar ahí, constantemente, y las consideramos tan habituales que nuestra atención no se dirige a estas cosas tanto como la primera vez que las conseguimos. O como las extrañaríamos si alguna vez las perdemos, de ahí la frase que dice: “no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos”.

Es que para que exista el deseo tiene que haber algo que no se tenga, algo que nos falta, una pérdida original y previa que produzca un agujero que nos impulse a desear, porque el deseo consiste en esas ganas de encontrar algo que llene ese agujero, que lo colme, que lo satisfaga completamente para dejarnos satisfechos, como si fuéramos aquella persona que lo tiene todo y, por lo tanto, no le falta nada.

Esa falta original es el objeto a, perdido irremediablemente por el encuentro con el lenguaje, que nos impulsa a desear, jugando con la fantasía de que eso que nos falta está allá afuera y cuando lo encontremos nuestra vida va a ser perfecta, maravillosa y completa.

En palabras de Lacan, el objeto a es una falta que está atrás del deseo, no se trata de la zanahoria que está adelante y queremos conseguir, no es un objeto puntual que nos encandila con su brillo fálico haciéndonos creer que si lo conseguimos tendremos todo, sino que el objeto a es la falta estructural de todo sujeto y es esta falta lo que le genera ese hambre, esas ansias de buscar objetos, es decir: lo que nosotros conocemos con el nombre de deseo. El objeto a es la causa de que el deseo exista, ya que, si no faltara desde el inicio de la existencia del sujeto, no habría nada qué desear.

Sócrates y Galileo, los “Destruye mitos”.



 

Es interesante una cuestión que puede ubicarse entre estos dos genios que revolucionaron todo en su época y dejaron marcas imborrables para el resto de la historia humana, especialmente en el hecho de que ellos, como muchos otros también, por supuesto, tuvieron una actitud que iba mucho más allá de los mitos que imperaban en sus días y tuvieron el valor de afrontarlos, aún cuando la decisión que tomaron acerca de cómo enfrentar la represalia ante lo que habían dicho fue distinta en uno y otro.
El primero en aparecer según la línea temporal es Sócrates, quien se autodefinía como un moscardón que iba por las calles molestando con sus preguntas al gran caballo que era Atenas. Pero estaríamos muy equivocados si creemos que Sócrates era solo un molesto que se divertía haciéndole perder el tiempo a mucha gente con preguntas que solo servían para romper la paciencia, porque él se preocupaba como nadie por acceder al verdadero conocimiento, el que se encuentra más allá de todas las cosas que creemos saber y que nos ocultan el hecho de que no sabemos. Mientras más creemos saber es donde más engañados estamos o, como dice la frase famosa dicha por no sé quién: “Es fácil engañar a una persona, pero es muy difícil convencerla de que ha sido engañada”.
Todos estamos completamente convencidos de que sabemos mucho.
Excepto Sócrates, él estaba convencido de todo lo contrario y consideraba que no sabía nada, de ahí la aún más famosa frase: “Solo sé que no sé nada”, y al estar advertido de su propia ignorancia le era más fácil ver la de los demás, los cuales estaban engañados en una posición de mucho saber. Ahí era donde aparecía el moscardón para demostrarles a todos que ese conocimiento no era más que una ilusión, una opinión (doxa, en griego), la cual estaba muy alejada del verdadero conocimiento (episteme). También buscaba mostrarles el camino al verdadero saber, pero para eso antes tenía que hacer cierto tipo de purga de las ideas que se venían sosteniendo para vaciar ese contenido ilusorio antes de llenarlo del verdadero.  Es por eso que él buscaba que cada uno pudiera pensar en lo que creía que era cierto, pudiera pensarlo por sus propios medios sin quedar atrapado en lo que le fue dicho y todos aceptan como la verdad indiscutida.
Y cómo no ubicar los mitos en ese lugar. Hoy hablamos de religión porque nunca nadie piensa que sus creencias son mitos, sino la realidad más absoluta e indiscutible, pero tengamos en cuenta que no eran los atenienses de aquella época los que calificaban al Olimpo, a Zeus y a Atenea más todos los otros dioses como mitos o mitología, sino que esa es una interpretación que se hace desde tiempos y cultos posteriores. Así que estamos en el mismo tema.
Justamente una de las más graves acusaciones por las que Sócrates fue enjuiciado fue la de discutir la existencia de los dioses y proponer dioses nuevos, lo cual tiene todo que ver con la otra gran acusación que consistía en corromper a los jóvenes metiéndoles en la cabeza ideas extrañas, hacerlos discutir el orden establecido y muchas cosas más.
Nada muy distinto a cómo reacciona la sociedad hoy en día si alguien pone en duda la existencia de Dios; hoy se los califica como blasfemos, antes los quemaban en la hoguera y antes, mucho antes del cristianismo, se los enjuiciaba y se los condenaba a beber cicuta, como a Sócrates.
Es evidente que a él no le interesaba discutir todo esto simplemente para molestar a la gente, sino para correrles el velo de ilusión y poder llevarlos hacia lo que él consideraba que era el mundo verdadero, el mundo de las ideas.
Si bien el mundo en el que vivió Galileo era muy distinto de aquel en el que vivía Sócrates, tampoco era completamente distinto. Hay cosas que parece que nunca cambian. En la época de Galileo ya estaba el cristianismo y él no vivía en Atenas, pero hay cosas que permanecen iguales a pesar de los siglos y las latitudes o longitudes geográficas.
Galileo fue alguien a quien tampoco le terminaba de convencer todo lo que los demás decían acerca del mundo, tanto los científicos, como los clérigos, como la gente común y es por eso que no se quedó con esas ideas sino que fue a buscar sus respuestas con la rebeldía que mostraba ante lo que trataban de imponerle como si fuera la realidad.
Galileo, como Sócrates, comentó a preguntarse por todo aquello que para los demás estaba perfectamente respondido y era perfectamente conocido.
Fue así como pudo destruir ideas fundamentales de la física que venían desde tiempos de Aristóteles sin más elementos que un plano inclinado y una pelota. Y también fue así como empezó a investigar la realidad más allá de lo que le decían que era la realidad y puso en duda que nuestro planeta fuera el centro del universo y que el sol girara alrededor de ella.
Su libro fue considerado una afrenta a la Biblia y sus ideas eran directamente una falta de respeto hacia Dios y eso hizo que Galileo fuera llevado a juicio para que se desdijera de todo lo que había escrito y se mantuviera dentro de la línea de lo que la Iglesia y la Inquisición le enseñaban a la gente que tenían que creer.
Cuando Galileo fue interpelado por postular que existía el movimiento en el espacio supralunar, es decir más allá de la luna, ya que había dicho que había visto cuatro satélites que giraban alrededor de Júpiter, los miembros de la Iglesia decían que eso era imposible y rechazaban la simple comprobación de mirar por el telescopio para confirmar o refutar lo planteado porque argumentaban que Galileo podía haber pintado esas manchitas blancas en alguna parte del telescopio para crear la confusión, otros decían simplemente que si con ese objeto se podía ver algo distinto de lo que decía la Biblia, entonces claramente era un objeto demoníaco.
Hoy conocemos esas cuatro lunas de Júpiter como “lunas de Galileo”, por ser él su descubridor.
Cuando Galileo mostró sus investigaciones con las cuales demostraba que la Tierra giraba alrededor del sol no encontró uno solo que quisiera escucharlas porque la Biblia tiene un pasaje muy claro en el cual dice expresamente que Dios detuvo el movimiento del sol alrededor de la Tierra, por lo tanto cualquier otra afirmación era inaceptable.
Cuando ya existe la respuesta, no hay lugar para hacer preguntas.
Y así con muchos otros ejemplos.
Galileo fue condenado y tuvieron que pasar varios siglos para que la Iglesia revisara su posición al respecto, después de algunas confirmaciones acerca de esta sentencia se decidió perdonarlo.
Yo considero que no había hecho nada malo por lo cual debiera ser disculpado, sino que es la Iglesia la que debería pedir perdón por lo hecho, pero ese ya es otro tema.
Una vez escuché alguien que criticaba a Galileo por haber actuado distinto a como lo había hecho Sócrates, ya que el ateniense decidió morir antes que cambiar todo lo que había dicho antes, mientras que el florentino se retractó y evitó así el castigo de la inquisición. Mientras lo escuchaba pensaba que es muy lindo, fácil y cómodo decir todo eso desde la ciudad de Buenos Aires en pleno siglo XXI, a diferencia de lo que debe haber sido para Galileo teniendo todos los instrumentos de tortura de la Inquisición frente a sus ojos junto a todos los relatos de quienes sabían cómo se usaban esos elementos.
¿Nosotros hubiéramos actuado como Sócrates o como Galileo?


Yo creo que habría hecho lo que hizo Galileo.

La existencia auténtica y la inauténtica en Heidegger.



Dice José Pablo Feinmann en “La filosofía y el barro de la historia”, página 358:

“El Dasein no es la conciencia. No es el sujeto kantiano. Es un ente existencial. El sujeto kantiano no era un ser para la muerte. El Dasein, sí. La experiencia del Dasein no es cognoscitiva. Su “estado de-yecto” no tiene amparo es, ya, culpable y “cae”, además, en un mundo en el que deberá elegir (…) entre las “habladurías”, la “avidez de novedades”, la “ambigüedad”, en suma, en que deberá elegir si quiere ser en la modalidad de “estado de interpretado” o empezará a decir sus propias palabras. Aquí hay, según vemos, una búsqueda de un “lenguaje auténtico” que el Dasein, que es “hablado” por el se, tiene que apropiarse de sí, y tendrá que lograrlo, sobre todo, atreviéndose a anticiparse a-sí-mismo (…) y eligiéndose como una totalidad al asumirse como ser para el fin.”

Lo primero que aparece es la diferenciación que tiene la concepción del sujeto tal como la entiende Heidegger de cómo la entendía Kant, ya que para Kant el sujeto estaba basado en sus posibilidades de conocimiento, tanto que la pregunta acerca de si se podía pensar en postulados sintéticos a priori era fundamental para entender cómo conocía el ser humano el mundo que lo rodeaba. Heidegger, con su concepto del Dasein, parte de otro lado, se trata del ser humano como un ser que inevitablemente va a morir y eso plantea una diferencia fundamental, ya que su vida estará regida por la idea de la muerte, el ser para la muerte, un planteo existencialista, y no por la pregunta del conocimiento.
El Dasein, que en alemán significa el “ahí” (Da) del “ser” (sein), es este ser humano que está en el mundo y se pregunta por el ser, pero también tiene que tomar una decisión respecto de cual va a ser su actitud en este mundo en el cual se encuentra arrojado.
En esta cita aparecen dos posibilidades, que son las que podemos llamar la existencia auténtica y la inauténtica. Claramente la inauténtica es más fácil, pero para algunos es absolutamente insatisfactoria y no puede ser concebible ni siquiera como una opción. El que la rechaza tiene, al menos, un poco de filósofo.
La existencia inauténtica es aquella que se deja llevar por las habladurías, lo que la gente dice, lo cual Heidegger menciona también cuando habla del “das man”, es decir el “se”, como en este texto, según en cual la gente determina que “se” debe leer tales libros, “se” debe hacer tales cosas, “se” debe pensar de tal manera, etcétera. Esto lleva directamente a estar ubicado en el estado de interpretado, en el cual uno ya no piensa por sí mismo, sino que solamente repite lo que otros dicen, o hace lo que otros hacen bajo la idea de que eso es “lo que hay que hacer”, y de esa manera ya no piensa en su propia conducta, no se pregunta por su ser, por su identidad, por sus intereses ni por nada de lo que lo atañe ya que simplemente se deja llevar por lo que le dicen que se debe hacer.
Es ciertamente mucho más fácil hacer lo que otros dicen, alivia todo el peso de tener que pensar por uno mismo y tomar las propias decisiones teniendo que enfrentar las consecuencias de lo elegido, pero también provee una existencia muy chata, muy pobre, en la cual uno queda a merced de lo que el otro diga sin mayores posibilidades de introducir ahí una palabra propia, que apunte en dirección a seguir el camino del propio deseo.
Este es el camino que muchos eligen, pero no todos eligen eso.
Como lo dice el texto, hay una elección que hacer, una decisión que tomar respecto de esto; claramente puede pasar desapercibida esta decisión por no tratarse de un momento conciente o voluntario, pero muchas otras veces sí es totalmente claro el momento en que uno dejó de obedecer el “se” y pasó a tomar decisiones por su cuenta. Esta actitud distinta es la auténtica, la cual implica tomar una palabra propia, un “lenguaje auténtico” gracias al cual nos separamos del “das man” y podemos empezar un camino nuevo, elegido por nosotros y sin estar pegados a lo que se nos dice que es lo correcto.
Obviamente, esto no implica cortar relaciones con el resto del mundo, ni alejarse a una isla desierta, simplemente no ser esclavo de los dichos de otros.
¡Pero qué difícil que es transitar ese camino a veces! Sartre decía en este sentido que el ser humano está condenado a ser libre, incluso en este punto que describe Heidegger se debe elegir por la existencia auténtica o la inauténtica, con total libertad, sin poder echarle la culpa a nadie por la elección tomada. Todo el peso de las decisiones tomadas por fuera de lo que los demás nos dicen que tenemos que hacer recae sobre uno mismo y hay que afrontar lo elegido, sea lo que sea.
No cualquiera puede hacerlo, no es tan sencillo como todos esos dichos acerca de que “uno tiene que ser uno mismo” y toda esa pavada que no dice nada. Al final de cuentas, todos (o tal vez casi todos) creemos estar totalmente del lado de la existencia auténtica, eligiendo lo que queremos por nuestros propios intereses, pero claramente eso no es tan así, la dirección de masas es un juego para las publicidades, las propagandas políticas, los elementos de la cultura popular y tantas otras cosas más. Cuantas veces podemos pensar que alguien que dice hacer todo por sus propias ideas no está más que repitiendo lo que todos a su alrededor dicen, pero, a diferencia de Sócrates, esa persona no está advertida de su propia ignorancia y cree ser el más sabio de Atenas. O de donde viva.
No es fácil asumirse a uno mismo como ser para el fin.

El pensamiento de Descartes.


        Descartes comienza a dudar porque no se contenta con repetir lo que otros plantean como “la verdad”, sino que quiere encontrar una verdad de la cual no se pueda dudar, algo con tanta existencia en sí mismo que no pudiera ser discutido, es así que aplica la duda “como un ácido que disuelve todo lo que existe” (la cita es de memoria, por lo cual no es exacta) hasta que quede algo que no pueda ser eliminado. Es así como llega a decir que no se puede dudar del pensamiento, porque incluso dudar es una forma de pensar, por lo tanto el pensamiento existe y ese pensar está encarnado en un sujeto que piensa y del cual, por este procedimiento, descubrimos su existencia. Todo esto queda condensado en una de las frases más famosas de toda la historia de la filosofía: “COGITO ERGO SUM”, es decir: “Pienso, luego existo”.

Quizá esta aclaración sea inútil por sobreentenderse esta frase sin necesidad de explicaciones, pero también puede ser que tenga alguna utilidad entrar en un detalle, me refiero a que el término “luego” tiene en Argentina un sentido predominantemente temporal, por lo cual podría llevar al error de tomar la frase como una sucesión de hechos en una línea de tiempo, como si dijésemos que primero está el pensamiento y después viene la existencia. En realidad el término “luego” se refiere a la demostración de una cosa por la otra, el hecho de que haya pensamiento demuestra la existencia de un sujeto que piensa. ¿Sería demasiado arrogante de mi parte plantear que una traducción… no digo más correcta (no hay nada incorrecto en la expuesta), sino que presente menos posibilidades de malosentendidos, fuera decir: “Pienso, entonces existo” o “Pienso, eso significa que existo”?
Lo que Descartes estableció es que no se puede decir mucho del sujeto, pero al menos se puede decir que el sujeto piensa, es así que llegó a decir: “soy una cosa que piensa”
He aquí el superfamoso cogito cartesiano.
Pero es hasta ahí hasta donde llega Descartes en su búsqueda, queda atrapado en el solipsismo, es decir que demuestra la existencia del sujeto, pero no puede continuar avanzando.
Se podría decir que el cogito es la gran joya de la filosofía cartesiana al mismo tiempo que marca su fin.
No puede avanzar hacia el mundo externo y él mismo plantea la posibilidad de que hubiera un Genio Maligno que le hiciera creer en una realidad falsa, una que no existiera (Descartes duda de la propia realidad y, entre otras cosas, permite que siglos después los hermanos Wachowski escribieran el guión de Matrix).
Para resolver esto, Descartes se traiciona a sí mismo, ya que abandona su propio planteo de dudar de todo al recurrir a Dios. Descartes lo explica con un argumento “racional”, el cual dice que existe en los seres humanos la idea de perfección, pero esta idea no puede haber sido creada por los humanos por ser éstos imperfectos sino que tiene que haber sido creada por un ser perfecto y puesta en las personas y, obviamente, este ser perfecto el Dios.
Cada uno sacará sus propias conclusiones, yo creo que lo único que esto demuestra es que Descartes jamás dudó de Dios (por eso antes había dicho que dudó de casi todo).

El resto es bastante simple, al ser Dios perfectamente bueno (Descartes nunca se preocupó por demostrar racionalmente la bondad de Dios) no puede existir un Genio Maligno que me engañe y así Dios pasa a ser el garante de la realidad para todos los sujetos que piensan y así esta realidad se vuelve asequible y abordable para la razón humana.
Habíamos dicho que durante muchísimos años no había pasado casi nada en la historia de la filosofía, después de Aristóteles se había producido una gran detención en lo referente a nuevas ideas y formas de conceptualizar el mundo y al ser humano; el sujeto dormía una larguísima siesta descansando en la comodidad de que era Dios quien se encargaba de todo. Durante la Edad Media era la Iglesia la que dominaba todo Occidente dando como única respuesta a todas las preguntas a Dios. Dios había creado a Universo y a los humanos, Dios había dictado las leyes y hecho los pactos, Dios cuidaba por velar por el orden del mundo y el destino de las personas y a éstas solo le competía el hecho de respetar sus mandatos. A fin de cuentas, la vida solo era un paso efímero hacia el Paraíso, verdadera existencia eterna a la cual había que aspirar.
En ese contexto ¿para qué pensar, si todo era tan simple y claro? ¿Para qué preguntarse nada, si ya se tenían todas las respuestas? No era solo que todo estaba perfectamente claro, sino que además no era buena idea hacer preguntas; la Iglesia siempre apeló a dogmas para sostener su doctrina,  es decir “verdades absolutas de las cuales no se puede dudar”. Hacer preguntas o cuestionar los dogmas era lo mismo que negar la autoridad de Dios, el Papa, la Biblia, etcétera. Era el camino más corto a la hoguera más cercana.
Y sin embargo, un hombre dudó.
Descartes despertó al sujeto dormido y lo puso en el centro de todo, al decir “yo dudo”, “yo pienso” también estaba diciendo “yo puedo” y si él puede entonces todos los demás también pueden, pueden pensar y, lo que es mucho más importante, pueden hacer.
Luego de Descartes, la cronología histórica muestra la fecundidad de la semilla cartesiana, luego de siglos de árido desierto aparecieron Spinoza, Leibniz, Locke, Newton, Voltaire, Rousseau, Diderot, Smith, Hume, Kant, Hegel, Comte, Kierkegaard, Marx, Nietzsche, Husserl, Freud, Benjamin, Heidegger, Sartre, Einstein, Lacan, Adorno, Foucault y muchos, pero muchos más en tan solo cuatro siglos.
La revolución más impresionante de toda la historia del pensamiento humano la hizo una sola persona, simplemente pensando sentado frente a una estufa.

El héroe del pensamiento: René Descartes.


            Creo que no es nada desatinado hablar nada más ni nada menos que de René Descartes, ya que él es una de las figuras más importantes de toda la historia del pensamiento humano; y no solo que no exagero al decir esto, sino que realmente creo que es muy probable que no seamos capaces de comprender la verdadera magnitud de la revolución que inició este muchacho estando simplemente sentado frente a una estufa pensando.

Y es que con solo darle una miradita a la historia de la filosofía salta a la vista un detalle curioso que consiste en que desde Aristóteles hasta Descartes hubo muchos pensadores que dijeron alguna que otra cosita interesante, pero no apareció ninguno de esos genios que marcan la historia en un antes y un después y se hacen inmortales a la vez que imprescindibles para entender el mundo y al hombre. Ah, sí, el dato, entre la muerte de Aristóteles y el nacimiento de Descartes pasaron más de 19 siglos… de un árido desierto vacío de genialidad.
En algún momento nos sumergiremos en la pregunta de por qué pasaron más de 19 siglos de sequía, tema que nos llevará inevitablemente a hablar de la Iglesia, Dios, la propia creación del Sujeto (según Foucault) y otros temas tan profundos y deslumbrantes, pero en esta ocasión veremos cómo hizo Descartes para terminar con esa pasividad y hacer que el Sujeto emerja de su dulce sueño y empiece a crear el mundo tal como lo conocemos hoy.
Sí, el mundo sería hoy muy distinto si Descartes no hubiera dicho nada.

Pero pasemos de una vez a lo que nos interesa.
En la época en la cual René empezó a tomar cartas en el asunto, el conocimiento se trabajaba de tres maneras distintas.
Una de estas formas existía desde los tiempos de Aristóteles y se lo llamaba silogismo, el cual consistía en partir de premisas para acceder a una conclusión. La más famosa dice así: Premisa 1: Todos los hombres son mortales. Premisa 2: Sócrates es un hombre. Conclusión: Sócrates es mortal.
Otra de las formas se conocía como “verdad por autoridad” y significaba que algunas cosas eran Verdades Ciertas e Indiscutibles (las mayúsculas solo sirven para resaltar la ironía) porque habían sido dichas por una “autoridad” en el tema. Así, por ejemplo, tal cosa era cierta porque estaba en la Biblia, o lo había dicho Aristóteles (tanto así que se lo conocía como “el” filósofo), o el Papa, etcétera.
Y la tercera explicaba las cosas de modo muy curioso ya que consistía, por ejemplo, en responder a la pregunta de por qué ciertos vapores duermen a las personas diciendo que es porque “contienen la virtud dormitiva” y cosas por el estilo. No es de sorprender que Moliere, genio cómico francés, tomara esto y lo criticara con enorme sarcasmo.
Descartes comprendió esto y decidió ponerle fin a tanto absurdo porque en definitiva el silogismo era muy lindo, pero jamás se podría generar conocimiento nuevo a partir de él, solo era una forma de decir dos veces la misma cosa, la “verdad por autoridad” era tan ridícula que hasta había oportunidades en que dos “autoridades” se contradecían y se sostenía que ambos tenían razón, y la tercera… no hacía falta derrumbarla, se cae por su propio peso.
Los silogismos, la “verdad por autoridad” y la discursividad ociosa llamada “verbalismo”, no llevaban a nada, por lo cual había que darle fundamentos sólidos a la ciencia, había que fundarla y la única forma de hacerlo era, para Descartes, a través de la racionalidad más absoluta aplicando la duda metódica a absolutamente todo (o casi todo).
Por este acto de fundar la ciencia, René Descartes es considerado el padre de la ciencia moderna tal como la conocemos desde sus días hasta los nuestros y muchos más.

lunes, 26 de abril de 2021

Jacques Lacan: "La relación sexual no existe".

 

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Fiel a su costumbre de decir las cosas de una manera complicada y estrambótica, Lacan nos tira esta frase que, como todas las demás, produce un efecto inmediato de sorpresa y conmoción.
Para peor aún, esta frase no viene presentada como una sucesión de términos difíciles de entender ante los cuales uno queda paralizado porque no conoce bien esos términos y mucho menos la relación que se establece entre ellos; los términos de esta frase, por el contrario, no tienen nada de complicado y son palabras que usamos todos los días sin mayor profundidad teórica, pero su resultado es desconcertante.
La primera vez que se escucha esta frase uno se ve tentado de responder: “Sí que existe, yo justamente hace dos noches… No, mejor no cuento cuestiones personales”. Ocurre que cuando Lacan dice “relación sexual” no lo toma como lo podríamos tomar cualquiera de nosotros en una conversación habitual entre amigos en cualquier restaurante, sino que él lo toma como si fuera un concepto y ahí tenemos que estar advertidos de qué significa dicho concepto, porque no es lo mismo encontrarnos con una simple palabra que con un concepto. El concepto tiene un valor específico, una definición puntual que le da un estatuto concreto, pero eso no es todo, ya que cada concepto adquiere su relevancia en relación a la teoría en la cual está dicho, de manera que, al igual que los significantes dentro del registro de lo simbólico, cada concepto tiene que ser considerado en relación a los demás conceptos con los que se vincula, ya que estos otros conceptos le darán forma, valor y significado.
Es lo mismo que ocurre cuando Freud hablaba de sexualidad, ante lo cual mucha gente cree que entiende a qué se refería Freud porque todos tenemos una idea de qué es la sexualidad, solo que eso funciona así al nivel de las palabras, pero no de los conceptos; esto queda muy claro cuando decimos que no significa lo mismo el concepto de sexualidad dentro del discurso médico, que cuando se usa entre amigos en un asado, o si se discute entre teólogos, o como se dijo, dentro de la teoría psicoanalítica.
De manera que no nos es posible pensar de qué está hablando Lacan cuando dice esto si no descubrimos a qué se refiere cuando habla de esta relación sexual, la cual claramente no tiene nada que ver con el coito, la unión de los genitales, ni nada que pueda aparecer en una película XXX, esa vendría a ser la acepción de “relación sexual” que nosotros pensamos inicialmente, como simple palabra del lenguaje común, pero no es la usada en esta frase.
De ser así no tendría ningún sentido.
Al hacer mención a esta situación, Lacan se está refiriendo a la relación que puede establecerse entre dos personas, las cuales pueden llegar a estar enamoradas mutuamente, pongamos por caso, y decir cosas como que están hechos el uno para el otro, que van a vivir felices para siempre, que son dos medias medallas (o media naranjas) que se unen y forman una completud, porque “vos me completás” y muchas cosas más. Justamente es esta situación la que Lacan critica diciendo que no existe, es decir, esa fabulosa interacción entre dos personas que produce una especie de encastre perfecto es la que es tirada a la basura por esta frase.
Siguiendo la lógica de Lacan, es imposible que haya esa combinación perfecta entre dos seres cuando esos mismos seres, cada uno de ellos, es ya de por sí un ser fallado, barrado, en falta, un sujeto. Pensándolo lógicamente, es imposible que una persona pueda completar al otro cuando ya cuenta con una falta en su propio ser, para decirlo apelando a cierta ontología.
Las relaciones entre los seres humanos pueden ser muy buenas en el mejor de los casos, pero esa idea romántica del amor infinito, como nos muestran los cuentos de hadas acerca del destino de eterna felicidad del príncipe y la princesa, el cual nunca se ve afectado por nada es claramente una ilusión. Si nos siguieran contando la historia de cómo siguió ese matrimonio, seguramente veríamos la neurosis tanto de la hermosa princesa como del valeroso príncipe.
Es también una crítica al mito del andrógino, nombrado por Platón en su diálogo “El Banquete”, acerca de dos personas unidas en un solo ser, que fueron separadas por el rayo de Zeus y pasan toda su vida buscando a su otra mitad para volver a estar completos.
La frase de Lacan vendría a ser una forma de instaurar la castración de todas las parejas, diciendo que lo mejor que puede pasar es que se lleven muy bien, pero será inevitable que haya roces y discusiones y no podrá tener jamás una relación eternamente armónica.
Sepámoslo, toda pareja está barrada.
Claro que la idea de la relación sexual como imposible de lograr no tiene que ver solamente con parejas románticas, como la sirenita Ariel y el príncipe Eric, sino que esto se puede aplicar a todo tipo de relación entre personas, de manera que podemos hablar en los mismos términos de la relación de padres a hijos, jefes y empleados, amigos de todo tipo, vecinos y cualquier situación donde dos personas tengan alguna interacción, por lo que aún cuando nos llevemos muy bien con alguien, en algún momento tuvimos (o tendremos) ganas de atravesar su muñequito vudú con agujas al rojo vivo, aún cuando no creamos en la macumba, por lo menos para fantasear que el otro pague por eso tan feo que nos hizo.
O bueno, sin llegar a tanto, tal vez, por lo menos tendremos algún que otro contratiempo con las formas y modos del otro (con minúscula).
Como dice Guns and Roses en “November rain”: “porque aún los amigos pueden herir”.

La alegoría de la caverna de Platón. 3º parte: la misión del filósofo.

 

Habíamos dejado al prisionero liberado habiéndose dado cuenta de la diferencia entre el mundo de la caverna y el mundo exterior y real, donde el sol es el protagonista absoluto y elemento fundamental para que todo suceda, misma relación que puede pensarse entre el mundo sensible y el mundo de las ideas.
Pero una vez que alguien ha salido de la caverna y ha comprendido todo lo que hay fuera de ella y descubre cómo son realmente las cosas, es decir que se ha convertido en filósofo, no puede contentarse solamente con esto, no puede gozar de todo su saber y preocuparse solamente por buscar la forma de continuar ampliando sus conocimientos en forma aislada, sino que tiene una misión para con todos los demás que todavía no han logrado acceder al lugar al que él llegó. El liberado que descubrió y comprendió el sol tiene una misión respecto de sus antiguos compañeros de caverna y no puede olvidarse de ellos.
El liberado tiene que rescatarlos de la prisión de la caverna en la cual los demás todavía están atrapados, para poder conducirlos a la luz, la cual es la metáfora de la sabiduría, aunque sea por la fuerza, como hicieron antes otros con él y realizar la tarea de que todos puedan llegar a descubrir la realidad del mundo en lugar de quedar presos de las sombras por el resto de sus días.
En el budismo, cuya filosofía se comparó muchas veces con la platónica por tener muchos puntos en común, se cuenta que Buda dijo que no iba a detener su acción de guiar a los otros hasta que no viera la espalda del último ser humano ingresando al Nirvana, por lo cual la misión de Buda no es otra que la que Platón describe en esta alegoría como el filósofo que guía al resto a la verdad absoluta.
Es por eso que en ese punto, Sócrates le propone a quien lo escucha que imagine cómo sería ese regreso del liberado a la caverna y lo primero que pasaría es que al volver a entrar quedaría ciego por la falta de luz. No es difícil comprender que se trata de algo similar a lo que ocurría cuando el liberado comenzaba su camino para salir de la caverna, solo que esta vez es por el motivo opuesto; no se trata de que no puede ver las cosas porque el exceso de luz lo encandila, sino que ahora es la falta de luz lo que le impide ver las cosas que están frente a sus ojos. Al ir saliendo, el nivel de luz, conocimiento, aumentaba; al entrar nuevamente el nivel de iluminación y saber de las cosas se reduce drásticamente.
Sócrates también llama la atención respecto de que en ese momento el que regresa a la oscuridad no podría distinguir las sombras que todavía se proyectan sobre la pared con la misma facilidad que lo hacen quienes siguen prisioneros, ya que quien regresa necesitaría un tiempo para que su vista se adapte nuevamente a la oscuridad mientras que los presos nunca perdieron esa costumbre.
De esta manera, Platón quiere mostrar que aún cuando la diferencia de conocimientos acerca de lo realmente existente es indiscutible entre uno y otros, aquellos que permanecen todavía presos de las ilusiones, tanto por tomar las sombras como cosas reales como también por la ilusión de saber, creerán que saben mucho más que quien regresa y que las cosas son efectivamente como ellos las ven, ya que el otro ni siquiera puede distinguir lo que ellos ven con toda claridad y esto los llevará a pensar que todo el camino que hizo quien salió de la caverna no solo no le sirvió para nada bueno, sino que por el contrario lo confundió de las cosas que sí sabía cuando estaba en la caverna, de manera que más que ser una pérdida de tiempo ese viaje fue un retroceso respecto del saber.
Claramente esto apunta a todas las veces que alguien habla de filosofía y otros, que no saben nada del tema, se burlan de quien habla acusándolo de decir pavadas, o que se refiere a temas que nada tienen que ver con la vida real que todos llevamos adelante todos los días, o que se trata de cosas que pueden llegar a ser muy interesantes desde el plano alejado de la pura teoría, pero que no tienen aplicación práctica en las cosas que nos pasan habitualmente.
Es conocida la anécdota de Tales, de Mileto, que iba caminando de noche acompañado por una esclava e iba contemplando las estrellas y no vio un pozo que estaba delante de él y en el cual se cayó, ante lo cual la esclava, ignorante de todo lo que tuviera que ver con la astronomía, se burló de él diciendo que por estar ocupado con lo excesivamente alto no prestaba atención a las cosas del mundo terrestre. Claramente la esclava se sentía más inteligente que Tales por estar muy ocupada por los pozos en lugar de interesarse por las estrellas, pero no estaba menos engañada que los que seguían estando presos en la caverna.
El punto cúlmine de esta alegoría se produce cuando el liberado trata de hacer lo mismo que hicieron con él y liberar a los otros y llevarlos aunque sea por la fuerza hacia el exterior. Como ocurrió con él, los demás no querrán iniciar un camino que creen que solo los confundirá y les hará desconocer todo lo que para ellos es el conocimiento certero y verídico de las cosas, por lo tanto se resistirán. Lo más destacado de este planteo, es que Platón hace decir a Sócrates que los prisioneros que se resisten a ser iluminados, educados y enseñados, llegarán hasta a matar a quien los intenta conducir por el camino de la verdadera luz hacia las verdaderas cosas.
Esta es una referencia indudable a lo que ocurrió con el mismísimo Sócrates, quien ya llevaba muchos años muerto cuando Platón escribe esto. Sócrates se describía a sí mismo, según nos cuentan los relatos que se hicieron de él, como un moscardón que molestaba al gran caballo llamado Atenas, lo hacía con sus preguntas que llevaban a que la gente se deshiciera de lo que creían ser conocimiento valederos del mundo y que no eran, en realidad, más que ilusiones del saber; esto lo hacía para poder limpiar, por decirlo de alguna manera, esas ilusiones que producían el error de creer saber y poder   pasar después a lograr el conocimiento realmente válido que implicaba el saber filosófico.
Claramente puede pensarse que Sócrates era el liberado que cumplía con su misión de filósofo de tratar de liberar al resto y conducirlo hacia el verdadero conocimiento.
Ocurre que el destino de Sócrates estuvo marcado por esta actitud filosófica y fue denunciado ante las autoridades, fue enjuiciado y encontrado culpable, motivo por el cual se lo obligó a beber un vaso de veneno, cicuta más precisamente, y fue así como se terminó con su vida. Comparar lo ocurrido con Sócrates con un filósofo que quiere volver a la caverna para educar al resto y es asesinado por quienes se resisten a ser quitados de las tinieblas es algo que no exige demasiado esfuerzo mental, una vez comprendida la analogía que esta alegoría nos presenta.


¿Y nosotros qué somos, prisioneros de las sombras y las ilusiones o filósofos con una misión a cumplir?

La alegoría de la caverna de Platón. 2º parte: la liberación de un prisionero.


        Habíamos dejado la caverna con los prisioneros mirando las sombras y sin posibilidad de moverse y conocer otra cosa distinta, pero es en este momento que Sócrates empieza a preguntar qué pasaría si uno de los prisioneros pudiera soltarse de sus cadenas. Con este cambio radical empieza la segunda de las tres partes que componen esta alegoría.

Esta liberación y lo que a partir de ella ocurre está dividido en cuatro momentos.
En primer lugar se trata de la liberación misma y lo que dice Sócrates es que al liberarse de sus cadenas se produce el principio de la cura de su ignorancia, el prisionero no estará más preso de las cadenas así como el humano común ya no será tan ignorante cuando inicie el camino de la razón filosófica y el descubrimiento que no podrá dejar de producirse, se trata de un proceso de educación o formación cultural.
Lo primero que le ocurrirá al liberado es que cualquier movimiento que haga distinto de lo que hizo toda su vida le producirá una enorme dificultad y un gran dolor, por ser algo completamente nuevo que exige a sus músculos. También la visión de un lugar con mayor luminosidad herirá sus ojos y lo dejará encandilado y le impedirá ver siquiera las sombras que antes veía con claridad.
Esto nos muestra que el inicio del aprendizaje filosófico no es sencillo, cuesta mucho y puede ser un verdadero dolor de cabeza, especialmente porque uno no puede pretender comprender las cosas que tiene delante, los razonamientos y postulados, ya que siempre estuvo atrapado por las imágenes, de la misma forma que el liberado no podrá ver las cosas reales debido a su lento acostumbramiento a la nueva situación. No es difícil pensar que considerará que las sombras eran más reales porque podía verlas claramente, mientras que estas nuevas cosas aparecen como difusas e indistinguibles, lo mismo ocurre cuando Sócrates y Platón le hablaban al resto del mundo del mundo de las ideas y los demás decían que eso no se comprendía claramente.
En ese punto se produce la perplejidad del liberado ante lo que se le presenta, ya que no puede percibirlo con claridad y menos aún podría dar cuenta de qué es lo que tiene enfrente y tampoco podrá reconocerlos como los objetos de los cuales antes veía sus sombras.
No importa que ahora esté frente a las cosas reales en lugar de simples sombras, existe un período de acostumbramiento inevitable durante el cual no podrá salir de ese estupor que le produce lo nuevo. Pensemos que siempre va a ser muy difícil para alguien comprender que todo lo que creía cierto y válido no era más que una simple ilusión, de manera que no es algo que pueda captarse rápidamente. Sócrates no procedía de otra manera que no fuera refutando a quien conversaba con él hasta dejarlo en una situación en la que el otro sentía que ya no comprendía nada ni podía dar respuesta a lo que se le preguntaba, de manera que quedaba perplejo.
Imposible es imaginarse que el liberado mire directamente al fuego que produce las sombras porque sus ojos no están preparados para tal fulgor, motivo por lo cual Platón no pretendería que un alumno suyo pudiera comprender el primer día la teoría de las ideas, sino que había que empezar de a poco. Tal vez por eso en la entrada de la Academia había puesto un cartel que decía que no podía entrar nadie que no supiera geometría. Empezar de a poco por lo básico.
La idea continúa con el liberado siendo arrastrado hacia el exterior de la caverna, donde la luz es mucho mayor. Sócrates describe cómo el hombre lucharía por no ser llevado afuera por temor a lo desconocido y su intención de volver a ser encadenado para continuar viviendo como siempre lo había hecho. Si esto no se le permite habrá que forzarlo a que salga de todas maneras y al hacerlo sus ojos quedarían completamente imposibilitados de ver nada porque se estaría forzando su acostumbramiento de manera bastante brusca y repentina, de manera que sería un proceso bastante tortuoso que sería vivido con enorme dificultad y sufrimiento por quien lo estuviera atravesando.
En la segunda parte de la liberación, el protagonista llega al exterior de la caverna y puede contemplar por primera vez en su vida las cosas reales del mundo, los objetos de los cuales solamente conocía sus sombras hasta ese momento y su adaptación vuelve a sufrir un contratiempo al tener que descubrir, literalmente, un mundo nuevo. Lo  primero que Sócrates comenta es que el liberado descubrirá más fácilmente las sombras de esos objetos, por conocerlas bien, y solo lentamente podrá ir percibiendo los objetos en sí que causan esas sombras, así lentamente irá acostumbrándose al nuevo nivel de luz para que deje de encandilarlo y pueda conocer más. Al llegar la noche, cuando la luz se reduzca significativamente, podrá contemplar las constelaciones en el cielo y ayudarse con la luz de la luna para no tener ya dificultades para ver todo lo que esté a su alrededor, con la vista clara, y no tener inconvenientes en diferenciar las simples sombras de los objetos hasta el punto de descubrir que lo uno es efecto de lo otro.
Es indiscutible la metáfora fundamental en todo esto es la que presenta a la luz como símbolo de la inteligencia y la razón, metáfora que persistió y llegó a darle nombre a la época en la cual se valoraba la razón por encima de todas las cosas como “el iluminismo”, la iluminación. De la misma forma que hoy cuando alguien tiene una idea dice que “se le prendió la lamparita”. 
Por otro lado, también hay que destacar que todo lo dicho por Platón acerca de la vista, como método fundamental de conocer, no tiene que ver con una contradicción fundamental dentro de su propia teoría que por un lado condena el conocimiento sensorial como pura doxa, opinión, y en la alegoría la muestra como fuente de conocimiento, episteme, sino que también hay que tomarlo en forma metafórica como la forma en la cual se accede al conocimiento verdadero a través de la razón, representada en esta alegoría como la vista.
En el tercer momento, el liberado descubre el sol. Si la luz es la inteligencia, el sol viene a representar la fuente suprema de todo lo racional y tiene que ver con lo que produce la posibilidad de que todo lo demás exista; con esto Platón se refiere a lo realmente importante y existente, es decir el mundo de las ideas a diferencia del mundo sensible, y el sol representa el elemento más alto en la jerarquía de las misma, en la cual encontramos la idea del Bien. Respecto de eso dice que el liberado podrá con el tiempo comprender que el sol es lo que permite la existencia de la vida, es lo que produce el cambio de las estaciones, aporta luz y también calor al mundo, etcétera, por lo tanto al igual que la idea del Bien el sol es el fundamento de todas las cosas, incluso las que él conocía dentro de la caverna.
Por último, el cuarto momento de esta liberación tiene que ver con que el liberado recuerda la vida dentro de la caverna y puede, después de todo lo visto y aprendido luego de su liberación, repensar lo que había sido su vida hasta ese momento y juzgar de una manera muy distinta lo que antes consideraba real y también todo lo que antes consideraba importante. Recordará cuando era prisionero y competía con los otros presos por ver quien distinguía mejor las sombras y quien era capaz de predecir cual era la sombra que aparecería a continuación gracias a haber entendido ciertos patrones en la repetición de las apariciones; recordará también cómo ese ejercicio brindaba prestigio y mérito a los que mejores resultados conseguían y cómo esos presos eran respetados y admirados por sus habilidades.
A partir de lo vivido fuera de la caverna, el liberado no podrá dejar de juzgar todo eso como una simple pavada propia de personas limitadas que no conocían la verdadera magnitud de la existencia, todos los honores y prestigios que estaban en juego en la caverna le parecerían absurdos y faltos de toda importancia en comparación con todo lo que el verdadero mundo exterior le presentaba y le ofrecía, ya que el conocimiento que se podía obtener en esa prisión era no solo ínfimo, sino fundamentalmente falso comparado con el conocimiento que podía obtenerse en el mundo real, con objetos reales, iluminados por completo, estando frente a frente con el mismísimo sol.
No es difícil imaginar que la intención de Platón está dirigida a despreciar y desvalorizar completamente lo que aparece en el mundo humano como títulos, posiciones y jerarquías de las cuales las personas se enorgullecen y gracias a las cuales pueden sentirse importantes en el mundo; cantidades de dinero, lugares de saber, posiciones de poder, fama y muchas otras aparecen para Platón como el inmenso brillo de lo inútil que fascina a quienes están presos de enormes limitaciones y no pueden, ni siquiera, comprender su propia prisión.
La crítica es simplemente devastadora.
Muy por el contrario, el filósofo está por encima de estas cuestiones burdas y sin importancia y debe dedicarse a lo verdaderamente importante, lo realmente existente, lo cual se ubica en el plano del verdadero conocimiento, la razón y, desde Platón, el mundo de las ideas.
La diferencia entre estos dos mundos aparece con una potencia máxima.

La alegoría de la caverna de Platón (1º parte).


        En el capítulo 7 de “La república”, Platón cuenta por boca de Sócrates lo que se conoce como la alegoría de la caverna, tal vez sea la referencia filosófica más famosa de toda la historia y, sin dudas, una de las más interesantes por la forma en que ejemplifica claramente lo que Platón entiende por los dos mundos en los cuales se puede existir, el mundo físico y sensible a diferencia del mundo de la razón y las ideas. La alegoría también muestra cómo se puede pasar de uno de ellos al otro a través del aprendizaje y la educación filosófica, con todas las dificultades que se le presentan a quien inicia ese camino y los riesgos que implica el tratar de ayudar a los demás a recorrerlo.

Pero veamos de qué se trata.
Conversando acerca de cómo habría que hacer para construir la república perfecta en la que todo funcionara bien, como todos decimos que queremos que funcionen las cosas desde la política, Sócrates se encuentra metido en un debate con algunos que plantean ideas contrarias a su pensamiento, motivo por el cual recurre a lo que nosotros podemos llamar su sistema filosófico, el cual consiste en desbaratar la lógica de las ideas del otro mediante preguntas que le muestran que su idea es incorrecta, así una y otra vez hasta llevarlo a un punto en el cual quien conversa con él descubre que todo lo que decía en un principio había quedado totalmente invalidado y se produce la necesidad de buscar otra forma de explicar las cosas. Esa estrategia es lo que llamamos la refutación, la cual era el primer paso para deshacer las ideas que la gente tenía y que no estaban bien fundadas, motivo por el cual Sócrates, con un ingenio asombrosamente genial, podía encontrar grietas en sus argumentos y demostrar que por ese camino no había posibilidad ninguna de obtener respuestas claras ni útiles, no había posibilidad de lograr el verdadero conocimiento que es producto de la razón.
Llegados a este punto, Sócrates les pide a quienes lo escuchaban que imaginen una situación inventada, que piensen en la posibilidad de que hubiera una caverna con ciertas particularidades y que lo ayuden a pensar qué pasaría ante determinadas situaciones. El que conoce la forma de proceder de Sócrates sabe perfectamente que esta invitación a ayudarlo a pensar es más que nada una trampita para involucrar al otro en sus ideas, ya que él no tiene dudas de lo que va a resultar de ese ejercicio lógico, no necesita ayuda para desarrollar esas ideas, de la misma manera que cuando pregunta no es porque no sepa qué le van a responder, sino para deshacer los argumentos del otro de una forma mucho más efectiva que con la discusión directa.
Primero que nada, Sócrates describe la caverna a la que se refiere, es una caverna que termina en su fondo con una pared que podemos pensar que es recta y ante la cual hay varios hombres que están encadenados de tal manera que no pueden escapar, no pueden moverse mucho, pero fundamentalmente no pueden mirar hacia otro lado que no sea esa pared donde termina la caverna. Detrás de los prisioneros hay otra pared, pero esta es de solo uno o dos metros de alto, detrás de la cual hay gente que no está encadenada, sino que recorre el lugar transportando objetos sobre sus cabezas mientras conversa de diversas cosas. Más atrás todavía, casi llegando a la entrada de la caverna, hay un fuego que envía luz al interior de la misma, luz que hace que los objetos transportados por la gente libre proyecte una sombra que pasa por encima de la pared de uno o dos metros y se plasme  como sombras en la pared en la cual termina la caverna, único lugar donde los prisioneros pueden mirar.
Lo primero que hace notar Sócrates es que esos prisioneros no pueden ver nada más que esas sombras proyectadas sobre la pared, no pueden girar la cabeza y nunca pudieron hacerlo desde que nacieron, por lo tanto esas sombras son lo único que vieron durante toda su vida sin haber conocido jamás nada distinto ni haber visto ninguna otra cosa. De esto se desprende que, como solo vieron eso siempre y nunca conocieron nada distinto, no puedan hacer otra cosa que tomar esas sombras como si fueran los objetos reales, como que esas imágenes fueran la única realidad existente a la cual el ser humano puede acceder sin que hubiera nada más qué descubrir. Incluso las voces de las personas libres rebotarían en la pared del final de la caverna como un eco y los prisioneros no podrían tomarlas de otra forma que no sea una voz proveniente de las sombras, de manera que no solamente creerían que son las cosas reales, sino que también creerían que están dotadas de voz, al igual que ellos.
Es por eso que cuando uno de los interlocutores le dice que es una caverna muy particular y esos prisioneros son muy curiosos, Sócrates le indica que son muy similares a nosotros.
Esto ejemplifica el estado de ignorancia que Platón a través de Sócrates diagnostica en el ser humano, ya que antes de iniciar el camino de la educación en la filosofía estamos engañados en la ignorancia de creer que todo lo que vemos y oímos es la realidad y que todo aquello que se nos presenta ante los sentidos son las cosas reales del mundo y la existencia.
Pensémoslo un segundito, ¿acaso no estamos totalmente convencidos que todo lo que se nos presenta ante los sentidos es la realidad, que conocemos a través de la vista, el tacto, etcétera y que eso es garantía de verdad, que lo que percibimos existe sin posibilidad de dudas al respecto? Obviamente ninguno de ustedes ni yo estamos encadenados a ninguna pared, pero ¿cómo podríamos saber si no estamos atrapados en algún sistema de pensamiento que nos hace creer una idea determinada sin que tengamos la posibilidad de pensar de otra manera porque nunca nos “abrieron los ojos”? Por ejemplo, ¿cómo sabemos que no estamos realmente dentro de la Matrix? No importa que Matrix sea una película, hagamos el ejercicio de pensar cómo podríamos justificarlo racional y convincentemente, ya que ese es el verdadero ejercicio filosófico que nos propone Platón.
Este estado es el de la imaginación, lo cual indica algo muy similar al registro de lo imaginario en la teoría psicoanalítica lacaniana (salvando las enormes distancias entre lo que plantea Lacan con sus desarrollos imaginarios tales como el estadio del espejo y el esquema óptico y el estado de ignorancia que postula Platón) ya que tanto el estado de imaginación como el registro imaginario tienen que ver con el hecho de quedar fascinado capturado y atrapado por las imágenes. Este estado de imaginación, eikasía en griego, es el punto más bajo que ubica Platón en su escala del conocimiento y se encuentra en el ámbito de la opinión, la doxa.
Así como los prisioneros confunden simples imágenes con la realidad, Platón plantea que nosotros los humanos también solemos confundir lo que vemos y oímos con lo real. Es por eso que Sócrates decía que él solo sabía que no sabía nada, porque no estaba engañado, como los otros, al confundir las imágenes con el conocimiento y de esa manera estaba advertido de su ignorancia, sabía que era ignorante, en lugar de creer que sabía mucho de todo, como verificaba en los demás, los cuales ignoraban incluso que eran ignorantes.
Incluso se plantea un juego entre los prisioneros para ver quien distinguía mejor las figuras y los sonidos que se escuchaban, teniendo como premio el prestigio entre los demás prisioneros y la estima de los otros por sus grandes capacidades visuales o auditivas. Para ellos, este juego era muy interesante y los premios que obtenían generaban cierta clasificación entre ellos según sus habilidades y capacidades, las cuales definían el status que existía entre ellos. Es importante destacar que no se trataba de un simple juego para pasar el tiempo porque de otra manera se aburrirían como locos, sino que ese juego servía para establecer diferencias entre ellos y planteaba una jerarquía de la cual ninguno era ajeno y en la que todos querían ocupar el lugar más importante
Este juego de los prisioneros de la caverna es fácilmente comparable con los modos de establecer jerarquías entre los humanos, tales como el nivel de estudios, el trabajo que hacemos, la fama y, entre muchísimos otros, el principal de todos en la cultura occidental actual, el dinero, el único Dios verdadero (según Joaquín Sabina, y cuánta verdad se esconde en ese… ¿chiste?)

En la próxima continuamos con lo que pasa cuando un prisionero es liberado.