2.2.3) Muerte de Sócrates.
Finalmente Sócrates fue enjuiciado por “corromper a los jóvenes e introducir nuevos dioses” y el filósofo decidió defenderse a sí mismo, como había dicho que aparece en el diálogo de Platón.
Se sabe que hubiera podido evitar la condena que terminó siendo dictada contra él, Sócrates hubiera podido utilizar la influencia que sus seguidores tenían, incluso a través del dinero y cierto poder, pero decidió no valerse de tales medios.
Nos resulta bastante increíble que alguien no utilice los medios que están a su disposición para verse libre de una condena, cualquiera sea esta y muy especialmente si es a muerte, pero las razones de Sócrates son demasiado claras para que nos queden dudas.
Sócrates siempre había valorado la importancia de las leyes y su obediencia y para él sería una completa contradicción si en ese momento, cuando era él el que estaba siendo juzgado, se hubiera olvidado de ese respeto a las leyes y las hubiera esquivado. Pero no es solo eso, sino que eso equivaldría a tirar a la basura todo lo que había hecho y dicho a lo largo de toda su vida, sería algo así como decir: “no me presten atención a todo lo que dije hasta ahora, porque cuando tengo que hacer uso de esas ideas hago exactamente todo lo contrario”. Para él hubiera sido el insulto máximo reconocer que no creía sus propias palabras, que solamente las decía pensando en cómo deberían actuar otros, pero que él mismo haría otra cosa completamente distinta llegada la ocasión.
No, para nada, Sócrates estaba muy lejos de ser un hipócrita. Si había dicho las cosas que dijo era porque las creía, las sentía como única forma de vivir la vida.
Y también de afrontar la muerte.
Cuando la votación se llevó a cabo se pudo comprobar que se había decidido que Sócrates muriera al tomar un vaso de cicuta, había sido por pocos votos de diferencia, pero era una sanción que no podía evitarse.
Muchos se indignaron y se llenaron de dolor al saber que su amigo iba a morir siendo inocente, pero él con toda la calma de quien no tiene dudas de estar haciendo lo correcto y de haberlo hecho durante toda su vida, les respondía que lo que estaba ocurriendo estaba bien, ¿o acaso ellos preferirían que muriera siendo culpable?, pregunta que no podía obtener otra respuesta que una dolida sonrisa por parte de sus amigos.
Esta actitud, y toda la vida de Sócrates, es bastante similar en muchos puntos a la de otra figura crucial para la historia de occidente, me refiero a Jesucristo.
De ambos se puede decir que fueron figuran fundamentales para la evolución de la cultura tal como la conocemos hoy en estas partes del mundo, pero que no trascendió su legado por su propia acción, es decir que ninguno de ellos escribió su vida, sus enseñanzas ni sus ideas, sino que la información que tenemos de ellos nos llega a través de la escritura de otros. Ambos personajes solamente se dedicaban a vivir su vida según sus ideales y a ir por las calles transmitiendo su forma de ver la vida; para ambos se trataba de una misión que debían realizar, uno dedicó su vida a transmitir la palabra de Dios junto con sus enseñanzas y el otro mostraba los caminos hacia el bien, la belleza y la sabiduría.
Tal vez pueda pensarse que no se trataba de caminos ni de metas tan distintas.
Esta situación hace que de los dos puedan postularse dudas con respecto a su existencia, pero los efectos de su figura son absolutamente indiscutibles.
Pero también puede decirse que ambos evitaban ubicarse en el lugar de centro de importancia ya que no eran ellos los que debían ser venerados, sino que ambos hablaban en nombre de otra cosa, de algo mucho mayor que ellos mismos y de los cuales tanto Sócrates como Cristo eran simples instrumentos a través de los cuales estos elementos superiores se manifestaban y eran divulgados, llámense Dios o la sabiduría. Otra vez descubrimos que no se tratan de dos cosas alejadas la una de la otra.
Y, no menos importante, es que ambos fueron condenados a muerte por las cosas que decían, pero ambos tuvieron la posibilidad de evitar esa muerte, solo debían desdecirse de todo lo que habían profesado, dicho y hecho durante toda su vida y eso hubiera sido suficiente para continuar viviendo. Si Cristo hubiera dicho ante los judíos y antes Herodes que todo eso de que venía diciendo acerca de Dios era una simple mentirita, una forma de seducir a las chicas y ser visto por los hombres con respeto y admiración, entonces nadie se hubiera molestado en matarlo. ¿Para qué, si no hubiera representado ningún riesgo a ningún poder establecido? Se hubiera tratado de otro chanta, un embustero y un cínico con el cual no valía la pena perder el tiempo. Igualmente Sócrates podría haber dicho que todo lo que había dicho hasta el momento era una broma de un viejo que le gustaba molestar, pero que no pensaba así y que en realidad estaba de acuerdo en todo con quienes lo acusaban.
Ambos hubieran podido pedir perdón “por el alboroto causado” y se habrían ido tranquilos a su casa.
Lo que ambos nos muestran es que ellos amaban su doctrina, si me permiten llamarlo así, mucho más que a su propia vida; ambos preferían morir antes que contradecir todo lo dicho y hecho a través de tantos años, sostener sus ideas era algo que ellos no tuvieron inconvenientes en hacer aún cuando eso los llevara a la muerte.
Para ambos seguir viviendo habiendo fallado en su misión, violar sus propios mandamientos era algo inaceptable; una muerte digna, siendo fiel a sus ideas y manteniéndose inalterables frente a la máxima adversidad era un precio alto, pero que estuvieron dispuestos a pagar antes que ceder a la alternativa.
Esa convicción, esa decisión, esa fidelidad a los ideales es digna de la más absoluta y eterna de las alabanzas.
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