lunes, 3 de mayo de 2021

El mundo de Sócrates (1º entrega): La situación histórica y social.

                                      


Clase 1: El mundo humano.

En esta primera clase nos ocuparemos de un viraje fundamental en la historia de la filosofía ya que, hasta ese momento, los filósofos cosmológicos habían dominado la escena durante el siglo VI y la primera mitad del siglo V antes de Cristo, pero en esa época se produjo un gran cambio en la temática de las cuestiones que ocuparon a los pensadores más importantes, a partir de la mitad del siglo V A.C. comenzaron a escucharse voces que se referían no solo a lo tocante a la estructura del universo y la composición de las cosas, sino más frecuentemente a temas que tenían al ser humano como su centro, como su punto de mayor interés y máxima incertidumbre.



1.1) Contexto histórico.

Por aquella época, la democracia ateniense estaba experimentando un gran auge y eran muchos los que se sumaban día tras día a los debates que se llevaban a cabo para manifestar su opinión.
Hay que tener en cuenta que la democracia ateniense del siglo V A. C. era muy distinta a la que conocemos hoy, en la cual se vota a nuestros representantes, los cuales se ocupan de poner en práctica la política en nombre nuestro. En aquellos días, la gente no elegía sus representantes sino que ellos mismo se dirigían a las asambleas y tenían la libertad de decir lo que quisieran. Antiguamente estas tareas estaban reservadas para la aristocracia, pero los cambios que se habían producido permitieron la apertura a otros estratos sociales. Aún así, la libertad de participar de la política no era para todos ya que las mujeres y los esclavos, por ejemplo, no tenían ninguna posibilidad de incluirse en las asambleas, solamente los hombres, ciudadanos y libres.
Hoy sin duda podemos decir que la idea de libertad era bastante particular porque no se aplicaba a todos.
En ese ámbito se daba la situación que todos los que tenían algo para decir, entre los hombres ciudadanos y libres, podían manifestar su opinión y de allí surgían las acciones que se iban a realizar, con lo cual era una forma muy clara de obtener cierto poder político, reconocimiento e influencia sobre los demás, entre otras cosas.
Es decir que hablar en la asamblea equivalía a si hoy pudiéramos participar de las sesiones del senado o de diputados y tener influencia en las leyes que se votan. Claramente era una situación de gran importancia para quien quisiera y supiera aprovecharla.
 Para lograr la mejor preparación para exponer sus ideas ante los demás, la gente recurría por un lado a obtener toda la información que pudiese conseguir acerca de los temas que se trataban y así estar al tanto de todo lo que pudiera ser importante a la hora de discutir cada tema, como una forma de que el estar informado le sirviera a cada uno para buscar la solución más adecuada a cada una de las cuestiones a tratar; pero esto solo no era suficiente.
La gente comprendió que no solamente importaba el contenido de lo que se decía, la adecuación de las propuestas a las necesidades que se presentaban, sino que también era muy importante, y tal vez mucho más que el contenido, la forma en que las ideas eran exhibidas a los demás, el modo en el cual una persona se expresaba y transmitía sus opiniones a quienes lo escuchaban. No cabía duda de que esta gente había comprendido que no solamente importaba lo bueno de lo que se decía, sino también lo bello acerca de cómo era dicho.
Aquellos interesados en cobrar un papel importante en esas reuniones se preocuparon por aprender la mejor forma de hablar, cómo hacer un buen discurso, como embellecerlo para atraer al resto, cómo captar la atención de quienes lo escuchaban, cómo lograr que los demás sintieran que quien hablaba estaba diciendo lo mismo que ellos querían decir, que se identificaran con él y apoyaran sus palabras, que pasaran a descansar en su figura porque representaba lo mismo que ellos pensaban; en definitiva, querían encontrar la mejor manera de convencer a sus conciudadanos de que sus palabras eran las verdaderas.
Quienes mejor podían instruirlos en esos menesteres eran los llamados sofistas.



1.2) Los sofistas.

La palabra “sofista” debe ser entendida como un profesor o un conferencista, eran personas extremadamente hábiles en lo referido a la utilización de la palabra para lograr sus fines, así como también enseñaban cómo mejorar la memoria, desarrollar capacidades y mejorar diversas aptitudes en cada uno de quienes los consultaban. Ellos se ofrecían para enseñar estas artes a quienes quisieran aprenderlo; una de las cosas de los sofistas que molestaban a muchos, entre ellos a Platón, es que cobraban sus clases, recibían dinero a cambio de entregar su saber.
Pero esto no era lo que más escandalizaba a Platón, entre otros, sino el hecho de que los sofistas utilizaban sus habilidades como una forma de manipulación; con la retórica, por ejemplo, ellos buscaban la forma de enseñar cómo convencer a los demás sin importar cuál fuera el contenido de lo propuesto, lo bueno y lo malo ya no eran cosas importantes sino simplemente lograr la aceptación por parte de los demás.
La mayoría de los sofistas fueron simples profesores, pero hubo algunos que lograron una gran fama.
Protágoras, como ejemplo de lo antedicho, dijo “el hombre es la medida de todas las cosas”, con lo cual demuestra que la validez objetiva de las cosas y los sucesos queda completamente eliminada, siendo que todo valdrá según la opinión que las personas se hagan de ello. Así el subjetivismo se hacía todopoderoso y la misma cosa podía ser buena para alguien mientras que mala para otra persona, dependiendo de las opiniones que cada uno tuviera.
Protágoras no negaba la existencia de la sabiduría y los sabios, pero definía estos términos diciendo que sabio era aquel que sabía cómo hacer bellas y buenas aquellas cosas que antes parecían feas y malas, concepción de la sabiduría muy distinta a la que cualquiera de nosotros puede tener. La retórica, el arte de la palabra, era utilizada por él para convertir lo malo en bueno y lo desagradable en agradable, mostrando que todo podía ser deformado, convertido y transformado si se contaba con la habilidad discursiva para lograrlo. De esta manera nada tenía ya un valor real, una importancia certera, sino que todo quedaba a la expectativa de la valoración y el juicio que sobre ello hicieran las personas, juicio y valoración que podía ser fácilmente manipulada por personas que supieran cómo seducir y convencer al resto.
Se cuenta que Protágoras tenía por alumno a alguien que había prometido pagarle cuando ganara su primera discusión, pero nunca iniciaba ninguna. Cansado, Protágoras le inició un proceso legal, convencido de que debería pagarle sin importar el fallo ya que si ganaba el alumno estaría obligado a pagar por haber ganado su primer pleito y si ganaba el maestro, sería la orden del juez lo que le obligara a pagar. El alumno, que sin duda había aprendido muy bien las artes de su maestro le dijo que si iniciaba el proceso entonces jamás le pagaría, ya que si era ganador entonces la autoridad del juez le evitaría realizar el pago, pero si ganaba Protágoras se vería amparado por el hecho de continuar sin haber ganado nunca una discusión, motivo que le permitiría seguir sin pagar a su maestro.
Otro de los sofistas que logró fama fue Gorgias, quien postulaba tres principios que estaban unidos entre sí: el primero decía que nada existe, el segundo afirmaba que si algo existiera no podría ser conocido por los humanos y el tercero concluía que si algo pudiera ser conocido, no podría ser expresado, ni explicado a los demás. Por esto Gorgias fue llamado el primer nihilista (nihil significa “nada”, en latín), según la primera definición; escéptico, de acuerdo con la segunda y relativista por la tercera.
Claramente estos planteos trastocaban todo lo establecido, ya nada podía seguir siendo considerado como antes y no podía seguir sosteniéndose la existencia de verdades fijas e inmutables, porque la filosofía sofista las derribaba con argumentos sumamente hábiles e inteligentes a los cuales la gente común no podía responder satisfactoriamente.
Esto produjo una crisis absoluta en la ideología ya que cuestiones como la justicia, la ética, lo correcto, lo bueno y muchas otras, junto con todas las contrapartidas que se pueden oponer a las mismas caían en un relativismo, en un subjetivismo que impedía formar ideas claras y compartidas acerca de las mismas; todo entraba en una discusión de la cual solamente obtendría la victoria no aquel que tuviera razón por haber dicho las cosas más valederas y ciertas, sino aquel que tuviera mejor uso de las palabras, discursos más bellos y pudiera, así, manipular la opinión de todos los que lo escucharan para inclinar sus juicios a su favor. Esto es lo mismo que decir que nadie podía saber qué era lo bueno y lo justo, sino que tenía que ir a preguntar a los demás y ver qué le respondían, respuesta que podía cambiar todos los días dependiendo de quien fuera el que lograba vencer en la discusión e imponer su palabra.  Hasta ese momento en Atenas nadie había pensado siquiera en plantear preguntas acerca de estos temas, mucho menos hablar de algún tipo de relativismo o nihilismo; siempre había imperado una moral y una concepción de la justicia considerada totalmente objetiva, la cual no encontraba discusión por parte de ningún ciudadano.
Es así como se llega, por poner un ejemplo, a las ideas de Trasímaco, el cual afirmaba que la justicia consistía solamente en lo que podía hacer el más fuerte, siendo que quien tuviera el poder de hacer algo estaba legitimado a hacerlo y a que todos lo consideraran correcto.

En este contexto, también se verifica un cambio fundamental en las cuestiones que trataban los filósofos, siendo que el interés de los antiguos por el cosmos y la naturaleza había sido reemplazado por las cuestiones que ubicaban al ser humano en el centro de todas las cuestiones, su ética, la justicia, la mejor forma de hacer política, todo lo referido al trabajo y demás asuntos en los cuales las personas pudieran aprender no de las cosas materiales del mundo sino de sí mismos y de la sociedad en la cual vivían.

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