Este texto fue publicado originalmente
en http://www.pensarelpsicoanalisis.com.ar
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En la clínica con los pacientes, el psicoanalista se ve introducido en una enorme cantidad de situaciones de todo tipo, algunas son específicas de cada paciente en particular, pero otras son comunes a muchos. Hoy estamos atravesando una situación que no afecta muchos, sino que nos afecta a todos, porque la pandemia del coronavirus es algo que se extendió muy rápidamente a nivel mundial y nadie puede creer que está fuera de las consecuencias que de una forma u otra esta situación mundial produce.
Esto puede hacer que uno se confunda en su rol de analista y caiga en lo que siempre se describe como totalmente alejado del psicoanálisis, pero que aun así es un error del cual nunca estamos libres de cometer, me refiero a la comprensión.
Digo esto porque sería muy fácil que un paciente nos diga cosas como que ya no tolera el encierro, que quiere salir, que tiene problemas económicos por no poder trabajar, o al menos por no poder hacerlo como lo hacía antes y otras quejas similares. Ante esta situación se despliegan por todos lados un montón de consejos y los llamados “tips” para que se pueda transitar adecuadamente la cuarentena obligatoria; así escuchamos a mucha gente en las redes sociales y los medios de comunicación decir que hay que leer, hay que dibujar y pintar, hay que hacer ejercicio físico, tenemos que distraernos con películas y series, pero en forma medida y limitada, porque no es sano pasar todo el día tirado mirando tele, que aprendamos a cocinar, ordenemos y redecoremos nuestra casa y mil cosas más.
Todo esto podría estar muy bien, pero tiene el problema de la comprensión, del sentido común, porque se aplica a todos por igual, como si todos los seres humanos fuéramos iguales y nos interesara hacer las mismas cosas, o si todos pudiéramos encontrar paz, diversión y tranquilidad en cocinar o pintar; desde ese lugar se borra completamente la subjetividad propia de cada uno de nosotros, y esta subjetividad es el elemento fundamental con el cual un psicoanalista tiene que trabajar, porque sin tener en cuenta eso no se puede llevar adelante ningún análisis.
Y esto se observa claramente en los pacientes, ya que no todos tienen la misma respuesta a la cuarentena y el aislamiento.
Empezando por el principio, no todos los pacientes aceptan la posibilidad de seguir su análisis a través de dispositivos electrónicos, ya sea por videollamada, Skype, llamada común, Zoom o alguna otra plataforma, para algunos de ellos es muy importante poder continuar su análisis y la oferta virtual les evita una suspensión, aunque sea solamente momentánea, del proceso en que vienen inmersos desde hace un tiempo, pero hay otros que por motivos diversos, no vale la pena que analicemos ahora, deciden pausar hasta que el encuentro en persona pueda ser reanudado.
Esto nos impide caer en la comprensión unificante que nos llevaría a decir que el análisis por medios virtuales puede o no puede ser llevado a cabo porque los pacientes van a posicionarse de tal o cual manera, porque, como escuchamos millones de veces en la facultad y después, “depende del caso por caso”, frase célebre, inmortal y siempre exacta.
Pero aun cuando hablemos de los pacientes que sí aceptan continuar en forma virtual, tampoco existe un criterio unificado en ellos, no todos nos hablan de lo mismo, hay pacientes que no paran de hablar de la situación mundial por la pandemia, ya sea por el temor que esto produce en relación a la salud, la economía personal o nacional, la posibilidad de contagio de algún ser querido, o algún otro motivo.
Pero también hay pacientes que encuentran, o mejor sería decir que inventan, alguna forma de continuar adelante con los medios que están hoy en día a su disposición, ya sea a través de las redes sociales o lo que fuera que puedan utilizar. Incluso hay pacientes que no solo no caen en una depresión, ni en la inactividad absoluta, ni nada por el estilo, sino que descubren medios de difusión que antes desconocían y que ahora están dando vueltas por todos lados y su actividad puede expandirse con estos descubrimientos, los cuales no tienen por qué desaparecer el día que podamos salir de nuestras casas y volver a la rutina a la que estábamos acostumbrados, ya que los beneficios que reciben de estas prácticas nuevas pueden seguir produciéndose mañana, pasado mañana, el mes siguiente y… mucho más.
Pero esto no es todo, ya que hay pacientes que continúan sus análisis trabajando las cosas que venían trabajando antes de la pandemia, mostrando que el coronavirus no tiene mayor influencia en su espacio con su analista, como no sea por alguna que otra mención aislada del tema, pero sin convertirse en algo primordial.
En el sentido de sorprenderse por la subjetividad de cada paciente, siempre desconocida para todo analista, y con el espíritu de no caer en ninguna especie de “comprensión de los efectos inevitables que una situación X debiera producir en las personas”, hay una situación que me gustaría compartir, en parte por la sorpresa que me produjo, pero también por lo distinto que es respecto de lo que el sentido común dice que debería ocurrir.
Sucede que, en estos tiempos de estar encerrados en casa, cuando muchos pacientes ven su trabajo interrumpido parcial o totalmente y, por lo tanto, no tienen tantas obligaciones con las cuales tienen que cumplir todos los días, se produce una ruptura con algo que podemos llamar estructuras que el paciente siente que le vienen impuestas desde afuera, refiriéndose a horarios, visitas a clientes, formas de vestir, etcétera. Y ocurre que esto da por resultado que muchos de ellos empiezan a cuestionarse cosas que antes daban por seguras, cosas que habían naturalizado como correctas y habituales, pero que ahora empiezan a poner en duda.
¿Cuántas horas por día es bueno ver la televisión y cuándo ese número se hace excesivo? ¿Hasta qué hora es correcto dormir y cuándo ese horario indica dejadez? ¿A qué hora quiere almorzar y cenar cada familia? ¿Es más cómodo estar con zapatillas dentro de casa, o ahí puede haber una relajación y se pueden usar pantuflas? ¿La ropa que usamos tiene que estar siempre impecable, o como sabemos que nadie va a venir y que no tenemos que salir podemos usar esas zapatillas un poco rotas, pero comodísimas?
Estas, y otras cuestiones que pueden sonar muy tontas y obvias para muchos de nosotros, configuran parte del registro imaginario de cada uno, en relación a horarios y vestimentas, y muchas veces tienen que ver con cosas aprendidas que no han sido cuestionadas jamás, por lo que producen una reproducción de lecciones absorbidas durante la vida y fijan al paciente en un determinado lugar en el cual tienen que cumplir con esas exigencias. Esto es lo que se aparece muchas veces en los relatos de los pacientes no tanto como obediencia y cumplimiento a reglas impuestas, sino como si solo fueran reglas que se deben respetar porque así está organizada la vida en sociedad, ya sea en relación al trabajo, la familia, los amigos, etcétera.
Pero como analistas, nosotros debemos ir más allá de lo puramente imaginario y atravesar también lo que actúa como una especie de mandato que se obedece muchas veces sin que el paciente siquiera sepa que eso está operando, nosotros tenemos que buscar la emergencia del sujeto, este sujeto que se escribe $, con esa barra que implica el deseo, es decir que en el análisis debe aparecer el sujeto deseante.
Es en estas situaciones que puede intervenirse para descubrir qué tan fijado está el paciente a estructuras que tal vez no solo no elige, sino que incluso pueden ir en contra de lo que le gustaría hacer, situación que se empieza a descubrir cuando las exigencias se reducen, además de descubrir cuáles son esas exigencias y si desea sostenerlas. Por supuesto que de cambiar el horario de la cena a lograr que ese sujeto, ya no el paciente sino el sujeto en análisis, pueda hacerse una verdadera pregunta respecto de su deseo hay un camino muy largo que llevará mucho tiempo recorrer, pero en este momento en el cual cambian muchas cosas puede presentarse la oportunidad para el analista de intervenir sobre cuestiones que en otro momento quedarían tapadas por la rutina en discursos llenos de coherencia y lógica, pero que intentan esconder una posición pasiva frente al otro en el cual no emerge el propio deseo.
Seguramente a nadie se le ocurrió pensar que esta situación de no poder salir de casa podía, en algunos sujetos, traer como resultado la flexibilización de ciertas conductas establecidas y, como consecuencia de eso, que se inicie un avance dirigido a profundizar en la pregunta por el deseo, pero ya decía Freud que el analista debía tener una “atención flotante”, no dirigida a tratar de escuchar algo específico, sino a dejarse tomar por lo que el paciente trajera a su análisis y esto, inevitablemente, tiene que producir sorpresas en el analista que, como buen humano que es, no puede predecir todo lo que le será dicho, con qué lo puede asociar cada paciente, ni tampoco a qué responde cada cosa.
La tarea del analista consiste en dejarse llevar por el discurso del paciente a donde sea que ese discurso lleve a ambos.
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