Este texto fue publicado originalmente
en http://www.pensarelpsicoanalisis.com.ar
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Hablar de arte y hablar de símbolos es prácticamente lo mismo, puesto que cualquier manifestación artística es inevitablemente una expresión de una enorme cantidad de cosas que su creador quiere representar. Justamente, representar puede usarse como un sinónimo de simbolizar, y una representación puede ser tomada como el símbolo de algo.
En psicoanálisis, la idea de la representación tiene una fuerte presencia ya desde los primeros trabajos de Freud, donde el cuerpo no es tomado desde el lugar de la inervación de los nervios en un modelo fisiológico, sino desde el cuerpo tomado por las representaciones que tenemos de él; esto es lo que le permitió descubrir, y posteriormente explicarle al mundo, respecto de las parálisis histéricas, las cuales eran verdaderas parálisis en lugar de ser fingimientos de las pacientes, pero no respondían a trastornos orgánicos que afectaran los músculos, el cerebro ni nada que pudiera solucionarse desde la medicina, sino que lo afectado era la representación psíquica de esa parte del cuerpo, por ejemplo las piernas, la cual quedaba aislada del conjunto de las otras representaciones o, en palabras de Freud, quedaba privada del comercio asociativo con las otras representaciones, y de esta forma no podía ser puesta en juego para la actividad física, es decir, caminar.
A partir de ese momento, Freud nunca paró de trabajar con símbolos, tales como los falsos enlaces del obsesivo, la conversión histérica puesta en el cuerpo o el objeto aterrador de la fobia, por poner solo algunos ejemplos.
Por su parte, Lacan no solo que toma esta dimensión simbólica de Freud, sino que en el inicio de su enseñanza considera que lo perteneciente al registro simbólico es lo fundamental del psicoanálisis y, paradójicamente, lo más dejado de lado por parte de los seguidores de Freud, llamados post freudianos, a quienes acusa incansablemente de quedarse atrapados en lo imaginario y no darle a lo simbólico la dimensión que tiene en nuestra práctica. Es justamente en esta primera época, que Lacan ubica a lo imaginario como el obstáculo para que actúe lo simbólico, como lo muestra el esquema L en el cual el eje imaginario a – a´ es llamado el “muro del lenguaje”, es decir una pared que interrumpe el libre curso del eje simbólico que va de $ al Otro. Nosotros sabemos que muchos años después, Lacan presentará el nudo Borromeo en el cual los tres registros, porque también existe el registro de lo real, tendrán la misma importancia y no habrá ninguno que tenga prevalencia sobre los otros, pero sus ideas de la primera época marcan que en esa línea siguió bastante bien a Freud.
La relación entre lo simbólico en psicoanálisis y el arte también tiene una mención temprana, ya que Freud escribe “La interpretación de los sueños” en 1900 y para describir cómo se presentan los sueños hace referencia a los jeroglíficos egipcios, los cuales combinan el lenguaje y la representación gráfica, para decir que ambos presentan un texto que, en principio, se desconoce por aparecer desfigurado, es decir representado por símbolos, pero que luego de un trabajo interpretativo se accede a una traducción de los mismos a un lenguaje conocido y fácilmente compartible.
Por supuesto que todos pensamos alguna vez que sería muy fácil interpretar los sueños si contáramos con una piedra Rosetta, como la que usó Champollion para descifrar los jeroglíficos egipcios, pero si tenemos en cuenta que el egiptólogo murió poco después de terminar ese trabajo y que la mayoría considera que su muerte se debió al enorme gasto de energías puesto en ese trabajo… bueno, creo que queda claro que lo simbólico tiene sus enormes dificultades y que si buscamos caminos fáciles lo más probable es que nos desviemos de nuestro camino, en lugar de llegar más rápido.
Hoy en día está muy difundida la idea de que lo artístico representa sentimientos, ideas, fantasías y demás elementos simbólicos del artista que lo expresa, tanto que más allá de que nos guste o no nos guste cierta obra, se puede pensar qué cosas fueron las que motivaron al artista a crear esa obra en particular y no otra. Hasta el punto de que muchos psicoanalistas pretendieron hacer un trabajo de conocer la biografía de un autor y relacionarla con sus obras para tratar de explicar qué elemento de la obra estaba motivado por elementos de su vida.
De entre las ramas del arte, no se me ocurre otra que ofrezca la posibilidad de dejarnos más atrapado en lo imaginario que la pintura, ya que su mismísima esencia es la representación visual, una imagen que nos impacta directamente a la vista y a partir de ahí nos produce distintas respuestas, ya sea la sorpresa y la admiración o la indiferencia absoluta.
Pero si podemos ir más allá de lo imaginario, nos encontraremos con la abundancia de lo simbólico. Ojo, no estoy menospreciando lo imaginario, ni mucho menos, la pintura puede capturarnos completamente por la imagen que nos presenta sin que podamos ponerle palabras a eso que nos produce y eso tiene un valor enorme; solo digo que a la genialidad que puede presentársenos en la imagen también le podemos sumar la infinita diversidad de los simbólico, llevando los discursos acerca de una obra mucho más lejos que la simple descripción con palabras de lo que estamos viendo.
Yo conozco muy poco de pintura, pero desde chico hubo una que me llamó mucho la atención, se trata de “El jardín de las delicias”, de Hieronymus Bosch, más conocido como “El bosco”. Para describirla rápidamente, podemos decir que es un tríptico, es decir una pintura dividida en tres partes, la de la izquierda representa a Dios con Adán y Eva; la del centro es la parte más grande y representa la vida humana en la Tierra, con un gran despliegue de cosas que suceden habitualmente en nuestra vida; y por último, el espacio de la derecha que representa al infierno y el pago que cada uno de los que allí son enviados hace respecto de las faltas que cometió durante su vida.
Pero acá es donde podemos y tal vez debemos hacer jugar lo simbólico, porque nada nos asegura que esta interpretación sea correcta, ni siquiera podemos decir que haya una interpretación que sea la correcta, porque cualquiera que vea esta pintura puede lanzarse a la aventura de asignarle una explicación, ya sea a toda la pintura en su conjunto o a cualquiera de las imágenes que componen el todo. Así, alguien puede decir que la imagen de una persona tirada en el suelo con su mano atravesada por un chuchillo (en la parte derecha, abajo) es una clara referencia al castigo recibido por los ladrones, a quienes se les cortaban las manos o se las rompían de alguna forma. Ahora, ¿podemos estar completamente seguros de que representa eso? ¿No existe la posibilidad de que alguien lo interprete de una manera distinta? ¿Y por qué una interpretación tendría que ser más verdadera o acertada que la otra?
Si nos dedicamos a investigar esta pintura en sus detalles, veremos que es claro que cada elemento no está puesto como un intento de mostrar cómo son las cosas en realidad, como si se tratara de pintar una naturaleza muerta tomando como modelo lo que hay arriba de una mesa o como se puede hacer en un retrato donde se busca que la pintura sea lo más parecida posible a la persona que posa como modelo, sino que este Jardín está plagado de símbolos que pueden hacer que nuestra imaginación y nuestra fantasía vuele hasta límites insospechados, sabiendo que no existen las respuesta correctas e incorrectas, y que cada símbolo puede llevarnos a miles de palabras y miles de imágenes, sin necesidad de quedar fijados a nada de manera inamovible.
Como las asociaciones libres.
Como los significantes.
Los invito a jugar con los signif… con las asoc… con los símbolos pintados, a ver a donde nos llevan a cada uno. Es un poder que poseemos, que tan solo está limitado por nuestra imaginación o nuestra capacidad simbólica y eso puede ser infinito.
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