El otro día, en una supervisión grupal,
volví a escuchar una situación que ya había escuchado muchas veces, pero hubo
algo distinto. Tal vez fue porque la contaron de otra manera, tal vez fue
porque tenía un pequeño obstáculo que otras veces no había aparecido, tal vez
lo único diferente fue mi escucha o alguna otra cosa, pero lo cierto es que me
hizo pensar en las lecturas subjetivas.
La situación fue muy clásica, un paciente
cuenta que su padre era muy violento y que le pegaba a los miembros de la
familia. En un primer momento, podemos decir que, lamentablemente, no es nada
que un psicoanalista no haya escuchado más de una vez; es seguida aparecen
todas las referencias al padre de la horda primitiva, al goce del Otro, la
falla en la inscripción del significante del Nombre del Padre, que regularía
esas conductas excesivas, y muchas otras nociones que manejamos habitualmente.
Pero hubo algo que fue distinto, ya que
también por otro hecho que se produjo, la supervisora comenzó a destacar que
este paciente no solo denunciaba todos los abusos de violencia que el padre
había cometido contra toda la familia, sino que también hizo notar que había un
componente de amor hacia ese padre, el cual, aún siendo violento, nunca
abandonó a la familia, siempre estuvo presente, los mantuvo económicamente
durante toda la vida y unas cuantas cosas más que no debían pasarse por alto.
Por supuesto que no se trata de compensar
una actitud con la otra, ni de armar un balance en el cual se puede decir que
el padre fue tanto por ciento violento, pero tanto otro por ciento protector y
que así no suena tan terrible; tampoco se trata de decirle al paciente que
comprenda al padre, que no se lo tome tan a la tremenda, ni nada de eso.
De ninguna manera.
En psicoanálisis no se trata de mezclar
las distintas actitudes de una persona para formar una imagen que sea más o
menos buena, o más o menos mala; sino todo lo contrario. El analista debe
separar estas facetas sin anular ninguna, es decir que lo que el paciente tenga
que denunciar del padre tendrá que ser denunciado, mientras que lo que haya que
rescatar del padre tendrá que ser rescatado.
Entonces, a la pregunta de “¿cuál era su
verdadero padre, el violento o el protector?” no podemos responder otra cosa
que “los dos” y si alguien nos quisiera preguntar cuál de esos dos padres era
más verdadero que el otro, le tendremos que explicar que esa pregunta está mal
formulada, porque no existe uno que sea más verdadero que el otro, sino que
cada una de esas facetas del padre, y las marcas que cada una dejó en nuestro
paciente, deberá ser analizada por separado.
Justamente, cuando Freud hablaba de la
ambivalencia hacia el padre, la cual daba lugar a que hiciera una teoría acerca
del Edipo y el Edipo invertido, no apuntaba a mezclar ambos sentimientos y
hacer uno, sino tener en cuenta esta dualidad imposible de mezclar, como única
forma de entender el por qué de ciertos sentimientos y de ciertas conductas
hacia este padre.
Como ejemplo, me viene a la memoria cuando
Juanito le pega al padre en la mano y, un segundo después, le besa la misma
mano en la que le pegó.
Pero esto nos abre la puerta para entrar
en el tema que quiero compartir en este artículo, ya que esto no es sino la
apertura de la posibilidad de hacer lecturas subjetivas acerca de esta
situación y a eso me quiero referir.
Muchas veces escuchamos de nuestros
pacientes o de pacientes de colegas, que en una familia que vivió esta
situación con el padre, por seguir con el mismo ejemplo, los hermanos tienen
distintas versiones de este padre, ya que algunos pueden verlo como un monstruo
y detestarlo; otros pueden recordarlo como alguien muy limitado y tan débil que
no sabía cómo actuar si no era a los golpes, por lo cual pueden tenerle
lástima; otro puede decir que lo perdonó y que no es la violencia lo que más
destaca de su padre, sino los lindos momentos que vivieron juntos; otros pueden
nombrar al padre diciendo que les enseñó muchas cosas y agradecerle, sintiendo
que gran parte de lo que ellos llegaron a ser como adultos se lo deben a mucho
de lo aprendido del padre, etcétera.
Es decir, las muchas facetas de un padre
no hacen más que posibilitar que cada uno de los hijos destaque algo muy
particular de esa persona, que no tiene por qué coincidir con lo que rescata el
otro, sin importar que se trate del mismo padre.
Muchas veces escuchamos decir, y muy
ciertamente dicho, que personas que son hijas de los mismos padres no tuvieron
los mismos padres, con lo cual se destaca que un padre y una madre pueden no
haber actuado igual con cada uno de sus hijos, de manera que cada uno de esos
hijos vivió a unos padres distintos. Pero esta lectura subjetiva de los padres
también puede producirse cuando todos los hermanos dicen lo mismo de este
padre, pero destacan un elemento distinto del que rescatan los demás, como en
el ejemplo presentado, donde todos habían sufrido la violencia del padre y
también habían disfrutado de buenos momentos con él.
Ahí ya no cuenta, o por lo menos no tanto,
que el padre puede haber actuado distinto con cada uno de ellos, sino que la
lectura de ese padre que hace cada uno de los hijos no puede ser otra que una
lectura subjetiva, única e intransferible.
Aparece entonces este elemento que hace
que no se trate solamente de que los padres pueden actuar distinto, sino que
también hay siempre y en todos los casos una lectura subjetiva por parte del
propio sujeto, aún cuando el relato de los hechos sea el mismo para todos los sujetos
involucrados.
Es lo mismo que hace que muchas personas
puedan ver una película, lean un libro o vean un cuadro y puedan hacer miles de
lecturas distintas al respecto
Claro que no se trata de que uno no esté
advertido de que el sujeto hace lecturas subjetivas, sino de que las diversas
formas en las que esto aparece en la clínica hace que el sujeto barrado no deje
de fascinarnos.
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